Si un visitante se basara en las redes sociales para entender la realidad de nuestro país, sobre todo tras los últimos acontecimientos relacionados con el Acuerdo de Paz, llegaría a la conclusión de que el odio se nos ha incrustado en las entrañas y estamos al borde de una guerra civil.

En las avalanchas de insultos y mentiras, lamentablemente, participan algunos líderes políticos que, por su investidura, deberían actuar con ejemplaridad pública, así como un buen puñado de reconocidos periodistas que parecen haber olvidado los fundamentos de su profesión.

Por fortuna, Colombia es mucho más que las ofensas y amenazas que pueblan las plataformas de Twitter o Facebook. No tenemos que recurrir a encuestas para saber que la inmensa mayoría de los ciudadanos posee más sindéresis que ciertos dirigentes y periodistas en permanente estado de exaltación.

Como en cualquier comunidad que se precie de democrática, no hay en Colombia un pensamiento único. La gente tiene opiniones diversas y lo deseable es que se puedan expresar y controvertir en un clima civilizado.

El proceso de paz no ha estado exento de esa confrontación de ideas y es comprensible que así haya sido por tratarse de un asunto de alta sensibilidad. Pero, en la presente coyuntura, el reto no es ya solo encauzar la discusión en un clima de sosiego, sino encontrar la salida definitiva a este atolladero en que nos hallamos y diseñar colectivamente un futuro en el que prime lo que nos une por encima de lo que nos separa.

Para ello, es imprescindible salir del actual atolladero. Existe hoy un Acuerdo de Paz defectuoso, difícil aún de digerir en determinados aspectos y que fue derrotado en plebiscito, pero que, al mismo tiempo, ha reducido ostensiblemente la intensidad de la violencia. ¿Es posible encontrar puntos de consenso en torno a este Acuerdo? Si no, ¿cuál es la alternativa? ¿Meternos de nuevo en el legítimo, pero pantanoso, debate sobre su reforma?

Tras el anuncio de Iván Márquez y otros exlíderes de las Farc de retomar las armas, dos importantes organizaciones empresariales –Proantioquia y el Comité Intergremial del Atlántico– han emitido sendos comunicados en los que piden reforzar y acelerar la implementación del Acuerdo de Paz, sobre todo en lo atinente a la reinserción de los miles de desmovilizados.

El presidente Duque ha mantenido una actitud algo ambigua sobre el Acuerdo, aunque su discurso sugiere la voluntad de implementarlo, parcial o totalmente. Sería conveniente que enviara al respecto un mensaje inequívoco, de modo que sepamos a qué atenernos en esta difícil y tan necesaria búsqueda de puntos de confluencia nacional.

Es importante que rodeemos y demos confianza al presidente en este momento tan complejo para el país. Esta es la premisa básica de la que hay que partir si pretendemos de verdad encontrar ese esquivo denominador común que nos cohesione.