El Dane acaba de publicar los últimos datos sobre informalidad laboral, y, como viene sucediendo desde hace ya demasiado tiempo, todas las ciudades capitales de la Región Caribe se encuentran muy por encima de la media nacional.

Para hacernos una idea de lo que estamos hablando, de los 2,1 millones de ocupados en la Costa, 1,2 son trabajadores informales, lo que representa el 57,7%. En el caso de Barranquilla y su Área Metropolitana, la informalidad experimentó una leve subida y se situó en el 56,3%.

Estas cifras contrastan ostensiblemente con las de Bogotá (39,4%), y Manizales y Medellín con sus áreas metropolitanas (39,6% y 40,8%, respectivamente), que son, junto con Tunja y Pereira, las ciudades que se encuentran por debajo de la media de las 23 capitales examinadas, que es del 47%.

Una informalidad tal elevada como la que registra la Región Caribe no es buena señal sobre el estado de salud del mercado laboral, por más que puedan existir matices entre los expertos a la hora de valorar la dimensión de su impacto.

Es cierto que, gracias al peculiar sistema de medición del empleo que rige en Colombia, incluso modalidades extremas de informalidad son catalogadas como trabajo, lo cual permite que nuestra región aparezca habitualmente en puestos de cabeza en las listas de menor desempleo.

Por otra parte, hay quienes consideran que la informalidad es un mal menor ante la alternativa, mucho más preocupante, de que aumente la bolsa de población inactiva. Es decir, la que se ha resignado a no buscar ingresos en el mercado laboral.

Dicho lo cual, y como ya hemos señalado, una tasa alta de informalidad es mala señal. No solo porque merma las posibilidades de recaudación de las administraciones, sino, sobre todo, porque fomenta una sociedad donde la mayoría de los trabajadores se encuentra en una situación azarosa que le impide diseñar proyectos de vida con perspectivas relativamente fiables.

Incluso en países avanzados existe informalidad laboral. El problema de la Región Caribe es que nos hemos acostumbrado a que sea la porción dominante de nuestro mercado laboral, con todas las consecuencias que ello implica.

Contrarrestar ese fenómeno debería ser uno de los principales retos de nuestros gobernantes. Un mercado laboral sano es aquel en que predominan los empleos estables y con una remuneración que permita llevar una vida digna.

Por supuesto que muchos factores intervienen para que ello sea posible. Pero esa tarea puede alentarse mediante políticas públicas y voluntad empresarial. La Costa lo espera.