Arranca hoy la semana clave de la diplomacia internacional con un formato totalmente alterado por la pandemia del coronavirus. Por primera vez en la historia del organismo, el debate general de alto nivel de la 75ª sesión de la Asamblea General de Naciones Unidas se realizará a través de un esquema ‘híbrido’, en el que los discursos de los jefes de Estado y de Gobierno se emitirán pregrabados, pero sus participaciones podrán ser presentadas por un delegado de su país ubicado en el hemiciclo.
Una forma ‘elegante’ de evitar que el auditorio permanezca desolado, y que el encuentro, cada vez menos interesante y decisivo, termine por pasar totalmente desapercibido en momentos de gran turbulencia internacional en los que se necesita una respuesta de alcance global frente a los desafíos planteados por la galopante crisis desatada por la Covid-19. A pesar de los esfuerzos de la organización por ‘normalizar’ el inédito modelo, el propio secretario General, el portugués Antonio Guterres, reconoce que la semivirtualidad ocasionará problemas a la hora de definir asuntos complejos. “Para ser efectiva, la diplomacia necesita contacto personal”, dijo hace poco.
Sin embargo, este peculiar formato virtual, ya usado en otras cumbres, tiene a más de un líder interesado en intervenir, entre ellos a los presidentes de China, Xi Jinping, y de Rusia, Vladimir Putin, que llevan años sin pronunciar discursos en la ONU. De hecho, este año la Asamblea General contará con un número récord de asistencia de 170 jefes de Estado y de Gobierno.
Naciones Unidas llega a su aniversario 75 en una coyuntura difícil por cuenta de la pandemia, que amenaza con echar por la borda los avances alcanzados en materia de erradicación de la pobreza y el hambre, solo por citar dos aspectos centrales de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Cinco años después del establecimiento de estas metas, el mundo se encuentra en un claro retroceso, lo que pone en riesgo el cumplimiento de esta estrategia de impacto económico, social y ambiental que comprometió a los estados a movilizar recursos y medios para implementar planes de acción en beneficio de los más pobres, mientras fortalece la paz universal y el acceso a la justicia.
Sin la capacidad de ofrecer una respuesta articulada y coordinada a los efectos de la pandemia, como medidas de apoyo económico para las naciones más golpeadas, ni la voluntad de ponerse de acuerdo para garantizar la distribución de una futura vacuna, ¿qué podría esperar la comunidad internacional de las discusiones virtuales de sus líderes en esta Asamblea frente a la resolución de los problemas mundiales que no dan espera, como la vulneración de los derechos humanos, el cambio climático o la discriminación de género?
La pandemia está en la primera línea de la Asamblea, pero detrás hay mucho más, no menos complicado en el contexto geoestratégico. Sobre la mesa aparecen la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China, cuya fractura es cada vez más profunda y amaga con dividir al mundo en dos sistemas; el enfrentamiento de Estados Unidos y el resto de potencias sobre el acuerdo nuclear iraní dinamitado por Donald Trump, quien presiona ahora por el restablecimiento de las sanciones contra el régimen de los ayatolas; el bloqueo del Consejo de Seguridad por la divergencia persistente entre Estados Unidos y Rusia, y la crisis climática por el incumplimiento del Acuerdo de París. En menor medida, está la insostenible situación de Venezuela.
Una Asamblea diferente, sin duda, pero que como nunca antes demanda ‘soluciones urgentes para tiempos urgentes’, como tituló la ONU una película que acaba de estrenar con motivo de su cita anual. Si los líderes mundiales no van más allá de la declaración de cuatro páginas con consideraciones políticamente correctas, negociada durante meses para quedar bien, y superan sus diferencias, una vez más este encuentro pasará sin pena ni gloria y se seguirán perdiendo oportunidades valiosas para abordar y resolver la dramática situación que afronta la humanidad.