Lo de arrojar basuras en los arroyos cada vez que llueve en Barranquilla es intolerable. Revela un comportamiento insensato y necio, carente de la menor conciencia ambiental, que además amenaza el bienestar de las personas porque impide el correcto funcionamiento de las rejillas de captación por donde se evacúa el agua de los arroyos en los sectores canalizados. Es sentido común.
De nada sirve que se hayan invertido millonarios recursos para construir los canales fluviales si se limita su utilidad debido a que el volumen descomunal de desechos circulante por los arroyos termina taponando las bocas de las rejillas, generando represamientos e inundaciones en nuevos puntos donde esta problemática ni se registraba. Cuando el agua corre y no cae a la canalización pareciera que la solución hidráulica no funcionara, pero al cesar la lluvia emergen los residuos que atestiguan la magnitud del despropósito.
Tras el aguacero, un ejército de escobitas de la Triple A sale a escena para retirar la basura acumulada en las rejillas, la misma desafortunada y repetida historia de siempre. Los operativos de limpieza se prolongan durante horas en amplias zonas donde los llamados “héroes azules”, y sí que lo son, barren las calles y recogen todo tipo de insólitos desechos: desde llantas hasta muebles viejos, pasando por zapatos, ropa, restos de podas, artículos de icopor, electrodomésticos y un largo etcétera que avergonzaría a cualquier persona que ame a su ciudad.
Los basureros a cielo abierto en los que se han convertido algunos bulevares, parques y esquinas de Barranquilla, como lo hemos denunciado en EL HERALDO, agravan el problema de las canalizaciones. Cuando llueve, los arroyos arrastran los residuos sólidos que han sido tirados allí por ciudadanos sin el menor pudor. ¿En dónde terminan? Estancados en las rejillas, esparcidos en los canales fluviales o represados en los box culvert o captaciones, provocando focos de contaminación visual y ambiental.
Los datos entregados por la Agencia Distrital de Infraestructura (ADI) son alarmantes porque dan cuenta de una realidad que está muy lejos de acabar. Cerca de 3 mil toneladas de basuras, de ellas 1.800 solo en el arroyo Léon, se han recolectado este año. Casi a diario se realizan intervenciones de limpieza en la Circunvalar, Murillo y calle 30, entre otros sectores, para evitar taponamientos en los box culvert. La cuestionada canalización del arroyo Hospital, a lo largo de la carrera 35, es un botadero de basura más, lo que eleva el riesgo de inundaciones en Rebolo. Y toda esta basura cae al caño de la Auyama, aumenta su nivel, que ya es alto durante esta temporada de invierno, e incrementa la amenaza de desbordamientos en barrios aledaños como La Luz, La Chinita y el mismo Rebolo.
Un círculo vicioso, ausencia de responsabilidad social y conciencia ciudadana, que parte de un inadecuado manejo de los residuos sólidos y puede convertirse en una tragedia para las familias más vulnerables de la ciudad. Se agradece, luego de cada aguacero, la ingente labor de los funcionarios de la Triple A con sus brigadas de aseo, pero si no se frena la irracional práctica de arrojar basuras a los arroyos llegará un momento en que no habrá suficientes.
Con las canalizaciones, los arroyos en Barranquilla empezaron a ser cosa del pasado. Los que aún quedan serán intervenidos por la actual administración, según dicen. Es fundamental que cada persona revalúe su relación con los arroyos porque los canales fluviales no son piscinas ni basureros. Pueden ser trampas mortales si no se guarda una debida distancia. Respeto por la vida y conciencia ambiental. De todos depende el cambio.