Atormentados están hoy los cultivadores de varias regiones del país duramente golpeados por la crisis económica, el desplome de los precios de sus productos, la caída de la demanda de los restaurantes, así como la reducción del consumo de comida en los hogares, donde casi 11 millones de personas, el 22% del total nacional, afrontan inseguridad alimentaria. Efectos todos de la feroz pandemia que se ensaña ahora con el valiente ejército de hombres y mujeres del campo que ni siquiera en el momento más complejo del confinamiento dejó de producir para llevar alimentos a la mesa de los colombianos.

Quienes lanzaron la primera voz de alerta sobre esta precaria realidad fueron los campesinos boyacenses que convirtieron la vía entre Bogotá y Tunja en una plaza de mercado. Desde la madrugada, desafiando el helaje del páramo cundiboyacense, se lanzaron a la carretera para ofrecer al mejor postor su cosecha de papa a punto de perderse. Amontonaron los bultos de lado y lado de la autopista y con su desesperado clamor convocaron la atención de los viajeros, pero no fue suficiente.

La crisis, realmente profunda, es producto de meses de una enorme incertidumbre e inestabilidad, en la que no encontraron la respuesta esperada en el Gobierno nacional, que según los afectados les ofrece pañitos de agua tibia para intentar resolver una hecatombe.

Explican que un bulto de papa cuesta unos $60 mil, pero hoy solo les pagan $5 mil. El negocio dejó de ser rentable y no alcanza a cubrir los gastos de la siembra, el arreglo, la mano de obra del cultivo, el transporte y la larga lista de inversiones que demanda la cosecha. Tras una vida de sacrificios y esfuerzos en el campo se sienten abandonados y dicen que su única forma de subsistencia peligra.

Reclaman al Ejecutivo compras directas al productor a través del sistema público, subsidios directos para toda la cadena y frenar las importaciones, entre otras peticiones.

El Ministerio de Agricultura anuncia 30 mil millones de pesos para un Programa de Apoyo a la Comercialización de Papa en Fresco: una compensación económica directa dirigida a 25 mil pequeños productores de 200 mil toneladas de papa, pero los cultivadores señalan que aún no han recibido ni un peso.

Los paperos son la cara más visible de esta crisis del agro colombiano, pero no la única.

En el Atlántico, los cultivadores de maíz, yuca, frijol, batata, melón criollo, y guineo cuatro filo también han tenido que montar sus tenderetes sobre las carreteras del departamento para ofrecer sus productos. A pleno sol o bajo la lluvia buscan compradores con la esperanza de conseguir lo del diario y no volver a casa con las manos vacías: una verdadera lucha por la supervivencia es la que hoy libran las familias campesinas de esta tierra, desconocida para la gran mayoría de los habitantes de las zonas urbanas.

“Uno siembra y termina vendiendo barato”, es el lamento de los agricultores del Atlántico que pasaron de vender un bulto de maíz de $30 mil a $8 mil o una bolsa de bollo de $5 mil a $3 mil para que no se pierdan las cosechas que ya nadie les compra. La pandemia, reconocen los campesinos, está detrás de este mal momento, pero también advierten acerca de fenómenos climáticos, como crecientes súbitas, o la erosión en las orillas del río Magdalena que se está ‘comiendo’ la tierra usada para cultivar.

Estos humildes labriegos atlanticenses no aparecen en los grandes medios nacionales ni están en la capacidad de realizar protestas simbólicas en las afueras del Ministerio de Agricultura para llamar la atención de su titular, el monteriano Rodolfo Zea. Sin embargo, su clamor es el mismo que el de los paperos boyacenses: ¿cómo y quién les va a brindar ayuda para atravesar esta dura crisis que los ha llevado a bajar los precios de sus productos y amenaza el bienestar de sus familias?

Pensar en todos es el único camino posible para superar esta realidad tan adversa. Los campesinos de Boyacá y Cundinamarca encontraron respaldo en los gobiernos locales, pero sobre todo en una ciudadanía solidaria y comprometida en apoyar a los más vulnerables. En Atlántico, debemos hacer lo mismo: nuestros campesinos nos necesitan, y bajo liderazgos del sector privado como el del reconocido empresario Christian Daes es posible, entre todos echar una mano, para que estos hermanos no se sientan arando en el desierto. Fuerza a todos los maiceros, arroceros, productores de frutas y verduras, lecheros, plataneros y yuqueros del país.