Miles de personas lo perdieron todo en Providencia tras el devastador paso del huracán Iota, al que le bastó una madrugada para arrasar con la isla de apenas 17 kilómetros cuadrados y reducir a escombros la mayor parte de sus 1.450 estructuras. Casi nada quedó en pie luego de la arremetida del fenómeno natural que, en menos de 36 horas, se convirtió en un monstruoso huracán categoría 5. Una catástrofe sin precedentes en el archipiélago de San Andrés, donde sus habitantes habían afrontado el tránsito de otros huracanes como el Joan, en octubre de 1988, pero ninguno de ellos había pasado tan cerca ni con una fuerza destructiva tan poderosa como la de este ciclón tropical.
Es vital que el Gobierno nacional despliegue en Providencia toda la fortaleza institucional del Estado para garantizar atención humanitaria inmediata y efectiva destinada a aliviar las necesidades prioritarias de las 1.500 familias afectadas por la emergencia, el 100% de la población de la isla. Urge una respuesta articulada para prestar asistencia a esta comunidad a la que no se había podido acceder debido a las condiciones climáticas adversas y a los daños causados por el huracán. No solo se trata del colapso de la infraestructura, que sin duda es una incalculable tragedia para los moradores de este lugar, también hay que prever los nefastos efectos de Iota representados en lesiones físicas, emocionales o psicológicas, así como en crisis económicas y sociales en el corto y mediano plazo.
Los damnificados tendrán que pasar un tiempo en refugios o albergues, mientras se adelanta una evaluación técnica de daños y necesidades. Acelerar los procesos de reconstrucción tras el periodo de postemergencia inmediata requerirá el concurso de distintas entidades del sector público y privado del orden nacional e inclusive internacional: una suma de voluntades y acciones para volver a levantar a Providencia en un plazo de 100 días, como anunció el presidente Iván Duque. Será una etapa de transición muy compleja, que demandará, además del desembolso de importantes recursos, un liderazgo comprobado, transparente y eficaz para sacar adelante el proyecto y asegurar condiciones de vida digna a los afectados con el suministro de servicios básicos esenciales de alimentación, salud, ropa, abrigo, y en lo posible opciones laborales.
Iota fue el primer gran huracán en arrasar buena parte de la zona insular del norte del país y en provocar enormes destrozos en la continental, especialmente en los departamentos de la región Caribe, Antioquia y Chocó. Sin embargo, no será el último. La ocurrencia de fenómenos meteorológicos y climáticos extremos como tormentas, inundaciones, sequías e incendios forestales es cada vez más frecuente y el número de afectados, sobre todo población vulnerable, se incrementa de manera desproporcionada año tras año.
Colombia, un país con dos costas, territorio insular y un extenso complejo montañoso con gran cantidad de fuentes de agua, debe reforzar la eficacia de sus sistemas de alerta temprana para mejorar la capacidad de reacción y resistencia a los riesgos relacionados con condiciones climáticas y gestión del recurso hídrico, porque aunque está claro que nadie puede detener un huracán, sí es posible adoptar medidas de protección para reducir al máximo sus desastrosos efectos. Hay que fortalecer las respuestas para afrontar los desastres naturales transformando la información de las alertas en acciones tempranas con el propósito de salvar vidas y cuidar los medios de subsistencia de las comunidades. También resulta indispensable avanzar en la apremiante adaptación al cambio climático.
Iota nos recordó la extrema fragilidad del hombre frente al inconmensurable poder de la naturaleza, que además siempre termina reclamando lo suyo, y de ello dan cuenta los fenómenos de erosión costera y fluvial en Atlántico y Magdalena. Las lluvias continuarán, aún la temporada de huracanes no ha finalizado, y adicionalmente seguimos en la segunda ola invernal del año con una especial incidencia de La Niña, inclusive en el primer trimestre de 2021. Que nadie lo olvide.
Colombia entera debe movilizarse por San Andrés, Providencia y Santa Catalina. No les podemos fallar ahora, como tantas otras veces ha ocurrido. Es primordial actuar con celeridad para evitar que esta tragedia desencadene nuevos eventos o sucesos que sumen más dolor a quienes hoy padecen lo indecible: solidaridad ante el infortunio y que no se pretenda utilizar esta catástrofe con fines partidistas. Que a nadie le quede grande permanecer unidos ante la desgracia.