Encender una luz para iluminar la esperanza en la Noche de Velitas adquiere hoy un nuevo significado. No podría ser de otra manera en este atípico año de confinamientos, cuarentenas y restricciones que pasará a la historia por la pandemia de coronavirus originada por una cadena de ácido ribonucleico tan extraordinariamente simple como contagiosa capaz de infectar a millones de personas y acabar con la vida de quién sabe cuántas más. Difícil conocer su impacto real en un mundo cada vez más desigual, injusto e inequitativo como consecuencia de su inexorable avance.

Entre las incertidumbres que llegaron para quedarse como el mismo virus, una certeza: la Covid-19, en un abrir y cerrar de ojos, puso de relieve la fragilidad de la existencia humana. Ante su alcance devastador, no hay riqueza, poder, fortuna ni intelecto que blinde a su portador de un posible desenlace fatal. El impredecible virus, siempre al acecho, nos recordó que compartir al lado de los seres amados las cosas más sencillas disfrutando de instantes únicos e irrepetibles colmados de absoluta complicidad e impagables sentimientos es lo verdaderamente importante en una vida en permanente riesgo. Bien lo saben quiénes gozan de una segunda oportunidad tras salir victoriosos de una unidad de cuidados intensivos.

En los hogares de Barranquilla y municipios del Atlántico, donde más de 3.200 personas no están hoy para encender una luz con sus familias y amigos, o en el resto del país, donde el número de fallecidos sobrepasa los 37 mil 800, vale la pena recordarlos evocando su memoria y valorando lo que dejaron atrás. Una forma de hallar fortaleza en medio de la nostalgia que produce la ausencia, sobre todo cuando es tan inesperada. Es lo que el virus nos ha enseñado a un costo enorme. Para que nadie tenga que pagar este precio tan elevado, hay que insistir una y otra vez en el autocuidado, una decisión responsable, a nivel individual y colectivo, para salvar vidas.

La Noche de Velitas, tradición tan arraigada en nuestro sentir Caribe, abre oficialmente la temporada de Navidad y nos acerca a los momentos más emotivos del año. Sin embargo, no es posible otorgarse complacencias, por más breves que sean, dando espacio a la realización de eventos masivos en los que se irrespeten las medidas sanitarias. No podemos celebrar como en ocasiones anteriores y nadie se puede arriesgar a excederse. No se pueden organizar fiestas, no solo porque no están permitidas, sino porque se consideran, con las reuniones familiares numerosas, grandes focos de transmisión del virus, así que el sentido común debe primar a la hora de convocar encuentros en espacios privados. La contención de la pandemia depende de todos y de cada uno y nadie estará a salvo hasta que todos lo estén.

Como una luz para el mundo en este tiempo de enorme oscuridad, Reino Unido administra, desde esta semana, la vacuna de Pfizer y BioNTech, rigurosamente probada –a diferencia de la rusa Sputnik V– a personas mayores de 80 años, personal médico y trabajadores sociales. Sin duda es un histórico paso, alcanzado en tiempo récord, para inmunizar a la población mundial frente al virus, pero no deja de ser muy pequeño. Si no se garantiza el acceso y la distribución universal y gratuita de las vacunas, los resultados serán limitados y las restricciones se mantendrán de manera indefinida.

Encendamos hoy una luz como símbolo de una lucha que no terminará, mientras el riesgo persista. Una lucha que todavía libran comerciantes, pequeños empresarios y familias enteras de nuestra región duramente golpeadas por la crisis económica que intentan volver a la plena normalidad. Retroceder para ellos sería una tragedia. Por eso, a pesar del dolor por las pérdidas y el evidente cansancio por una vida plagada de limitaciones, solo queda mantenerse firmes haciendo gala de una resistencia responsable y coherente, guardando la esperanza de que seremos capaces de vencer la oscuridad. Hay razones para el optimismo, pero nadie puede bajar la guardia.