Estremece conocer cada nuevo detalle del relato de horror revelado por la menor de 16 años secuestrada durante 14 horas, asfixiada con una bolsa de plástico y apuñalada en 80 ocasiones por unos adolescentes en connivencia con la madre de uno de ellos, y otros adultos que se sumaron al salvaje ataque como si se tratara de un divertido juego y no de un repudiable hecho delictivo que estuvo a punto de cobrar la vida de esta joven, torturada con una sevicia y premeditación dignas de sofisticadas mentes criminales.
Una semana completan los investigadores judiciales intentando recomponer las piezas de este perturbador rompecabezas en el que nada, absolutamente nada justifica la magnitud del daño infligido a la víctima, sometida a todo tipo de vejámenes durante el suplicio que vivió en una casa de Villa Muvdi, en Soledad, hasta donde fue conducida bajo engaños por sus ‘supuestos amigos’. Las agresiones con arma blanca que dejaron profundas heridas en todo su cuerpo comenzaron la tarde del viernes 19 de marzo, con una primera puñalada directa al cuello que la dejó inconsciente de inmediato. Era apenas el preludio de un sufrimiento que se extendió hasta el sábado cuando fue abandonada en el Hospital General de Barranquilla donde permaneció cinco días.
Su testimonio es clave para que la justicia actúe. Inicialmente la joven vincula a una pareja de su edad, quienes serían los protagonistas de su martirio. Luego de conocer las pruebas, una juez los envío a centros de reclusión para adolescentes, y deberán responder por los delitos de homicidio agravado en grado de tentativa, secuestro y tortura, cargos que no aceptaron.
Desconcierta descubrir la agresividad con la que estos menores actuaron despreciando el dolor que sus maltratos, golpes y cortes con arma blanca causaban a la víctima con quien mantenían una relación cercana, y quien les suplicaba por su vida cada vez que despertaba de su inconsciencia, resultado de su tormento. Lo más inaudito de este aterrador episodio es el señalamiento que hace la joven sobre la madre de uno de sus victimarios. La mujer, tras llegar a la vivienda donde la menor estaba siendo torturada, no solo permite que el ataque continúe, sino que se suma a el. El padre del muchacho, según testigos, es quien envuelve a la chica en una sábana y la deja en el hospital.
¿Qué clase de desconexión con la realidad tiene una persona que consiente que su hijo, un menor de edad, esté cometiendo un delito en sus narices y, además, se convierte en su cómplice sin medir las consecuencias de sus actos? ¡La vida de una persona estaba en juego! Por su grado de perversidad, lo que hizo este chico es intolerable y atroz, pero resulta evidente que su círculo familiar no le garantizaba el soporte emocional adecuado para contrarrestar los factores negativos que lo condujeron a diseñar y ejecutar, sin remordimientos, un plan tan cruel y despiadado para dañar a un ser humano indefenso.
Expertos consultados por EL HERALDO advierten cómo comportamientos degradantes o agresivos de menores de edad infractores tienen origen en razones económicas, sociales, culturales, alcoholismo o consumo de estupefacientes, violencia intrafamiliar y entornos sociales extremadamente vulnerables. Identificar a tiempo estas conductas debe ser un compromiso de todos los actores de la sociedad, y exige una especial atención del Estado que debe reforzar de manera permanente sus políticas públicas en esta materia, pero corresponde al ámbito familiar y educativo tender los puentes para que se puedan garantizar los derechos prevalentes de niños y adolescentes ante riesgos y amenazas que los acechan, antes de que sea demasiado tarde.
Los niños no nacen siendo malos, pero si no se les protege y su aprendizaje se sustenta en ejemplos negativos, malas compañías y relaciones dañinas, su futuro quedará seriamente comprometido, como víctima o victimario.