Tras más un año y dos meses de confinamientos, cierres y restricciones por la irrupción del coronavirus en nuestras vidas, llega el momento de planificar el modelo de reapertura progresiva del país hasta retornar a la normalidad. Arranca un tiempo desafiante para demostrar qué tanto hemos aprendido de los aciertos y muchos errores cometidos a lo largo de la evolución de la pandemia, conscientes de que dependerá de cada uno de nosotros si esta reactivación plena liderada por el sector salud se queda en una ilusión o avanza hacia un nuevo escenario de convivencia diaria con el virus que seguirá entre nosotros de manera indefinida, como ocurre con la influenza, por ejemplo.

Por su nivel de protección que reduce la incertidumbre ante el impacto de la reapertura –una inmunidad de casi el 80 % luego de tres picos superados, una vacunación que progresa a buen ritmo y la capacidad de su sistema de salud- Barranquilla fue escogida como ciudad piloto a nivel nacional de este retador proceso de ida y vuelta para desescalar las medidas restrictivas, como el control de aforos, y reactivar todos los sectores, incluidos el educativo y cultural y las actividades de entretenimiento y diversión, manteniendo normas de bioseguridad para garantizar entornos seguros y controlados.

Posibilitar la “vida normal de la gente desde ahora y no en diciembre”, cuando se espera que el país alcance la inmunidad colectiva por la vacunación del 70 % de la población, como aseguró el ministro de Salud, Fernando Ruiz, en su reciente visita a la ciudad, exigirá un trabajo articulado entre los actores públicos y privados para echar a andar la estrategia de reactivación económica y social fijando la hoja de ruta de los distintos sectores. Sin embargo, la clave estará en cómo recuperar la confianza, y si cabe la esperanza, de una ciudadanía excesivamente cansada por la carga de un peso enorme, en muchos casos inasumible, debido a las sucesivas crisis personales, familiares y financieras afrontadas durante la prolongada pandemia que nos sumió en un conflictivo escenario de profunda insatisfacción. Atender el deterioro de la salud mental de las personas es un factor decisivo en este ejercicio de regreso a la normalidad.

Surgen muchas inquietudes acerca de cómo se cambiará el actual paradigma al que sin más opciones nos empujó la covid para ser capaces de “romper todas las barreras mentales, sicológicas y sociales” con las que hemos abordado nuestras vidas en este periodo tan adverso a manera de blindaje frente al impredecible virus que literalmente confinó nuestras relaciones personales, sociales y laborales. A partir del 1 de junio, se prevé que empiecen a producirse modificaciones importantes, de acuerdo con los nuevos términos de la emergencia sanitaria que será extendida por el Gobierno nacional, inicialmente por 30 días más, para activar la reapertura gradual del país, en la que Barranquilla será el modelo a seguir, lo que concentrará la atención de toda la nación en este territorio que aspira a recuperar progresivamente su actividad económica y el empleo.

Arduo trabajo en el que el alcalde Jaime Pumarejo, el gabinete distrital, la dirigencia gremial y empresarial de la ciudad, así como los representantes del sector salud están llamados a ejercer un renovado liderazgo que construya seguridad y credibilidad para aliviar en lo posible el daño social causado por el desplome económico.

Además de los protocolos de bioseguridad en espacios abiertos y ventilados, propicios en nuestra ciudad, la “apertura progresiva y acelerada” de Barranquilla, y del resto del país, debe sustentarse en la vacunación de las 9 millones 500 mil personas de la etapa 3, consideradas población en riesgo por su edad, enfermedades de base y ocupaciones. Agilizar su inmunización e incrementarla gradualmente a otros grupos debe abordarse como un esfuerzo colectivo que nos una como nación para evitar, a toda costa, que este proceso se vea amenazado por la tensión social que consume al país. Es imprescindible retomar el rumbo, pese a todo.