Los cuatro años de relacionamiento con Europa durante la presidencia de Donald Trump en Estados Unidos estuvieron marcados por invectivas, desentendimiento y profundas fracturas. Hoy es uno de los más importantes retos en materia de política internacional que debe afrontar el nuevo mandatario norteamericano, Joe Biden.
Sin embargo, tal como lo ha resaltado su esposa, Jill Biden, es en este campo donde el jefe de Estado sabe moverse como pez en el agua, pues su carrera se ha basado en tratar con otros, más allá de una pantalla como le ha tocado por cuenta de la pandemia: tanto en Washington –donde ocupó un escaño en el Congreso por 36 años– como en el ámbito internacional –al acompañar a Barack Obama en sus viajes por el mundo como vicepresidente–.
Así, su llegada a Europa y la reunión con el G7 las ha convertido en un importante mensaje de conciliación, amparado por una fuerte estrategia que semeja a la utilizada durante y después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos, el Reino Unido y sus aliados conformaron un bloque para ayudar al mundo a recuperarse, pero esta vez la “guerra”, como la llama el mismo Biden, es “en contra del covid-19”.
A este coctel se suma la entrada en el juego de la Reina Isabel II, quien además de reunirse con el grupo recibió a Biden este domingo en el palacio de Windsor junto con su esposa, dejando entrever su apoyo y simpatía por el nuevo mandatario.
Pese a que Biden parece pisar terreno seguro, dado que otros miembros del G7 como Angela Merkel, Justin Trudeau y Emmanuel Macron habían marcado distancia tras ser criticados por su tempestuoso predecesor republicano, el camino no es solo de rosas, sino también de espinas para el 46º presidente de Estados Unidos.
El jefe de Estado tiene claro que faltará mucho más que su experiencia en el campo y la promesa de que “EE. UU. ha vuelto” para ganarse la confianza de sus aliados ya escaldados por cuenta de la crítica situación democrática que ha vivido el Gobierno durante este último período y la incertidumbre frente a su evolución, así como de la posición pasiva y desobligante que el país asumió con su predecesor ante la OTAN y el avance de Rusia y China en el panorama geopolítico.
No en vano Biden ha procurado organizar una apretada y cuidadosa agenda de ocho días que comenzó en los encantadores paisajes de Cornualles (suroeste de Inglaterra), pasará hoy por la cumbre de la OTAN en Bruselas, continuará mañana en una reunión con la Unión Europea y se sellará con un encuentro el próximo miércoles en Ginebra con su homólogo ruso Vladimir Putin, que se da en un momento que diversos analistas califican como el peor en las últimas tres décadas, de las relaciones entre EE. UU. y Rusia.
Los dos países optaron recientemente por retirar a sus embajadores y reducir sus cuerpos diplomáticos a la mitad, a la par de que ambos mandatarios se han lanzado duras palabras; Biden calificó a Putin de “asesino” y Putin le respondió asegurando que “para reconocer a un criminal primero se debe ser uno”.
En ese panorama, el acercamiento de Biden ha dado, hasta el momento, varios resultados por descollar, entre los que se encuentra la presentación y el apoyo a la iniciativa “Build back better for the world” (Reconstruir mejor para el mundo), que el presidente describió como un proyecto global de infraestructuras que busca hacer contrapeso al megaproyecto chino “One Belt, One Road” (Un cinturón, Una Ruta), que potencia la Ruta de la Seda.
Luego, se logró un acuerdo para donar la suma de mil millones de dosis de vacunas contra la covid-19 a los países más pobres, y que fue suscrito por los líderes de Reino Unido, Francia, Italia, Alemania, Japón, Canadá y Estados Unidos. En ese mismo contexto se anunció también la donación de EE. UU. de 500 millones de vacunas de la farmacéutica Pfizer a 92 países de ingresos medios y a la Unión Africana (UA), a través del mecanismo Covax, dentro de los cuales se encuentra Colombia.
De igual forma, junto a Boris Johnson firmaron una nueva Carta del Atlántico y hablaron de la pandemia, la recuperación económica e Irlanda del Norte, entre otros. Así como sostuvo una reunión con la canciller Merkel, quien anunció ese mismo día una visita a EE. UU. que se consumará el próximo 15 de julio en la Casa Blanca. Por otro lado, también se acordó proteger el 30 % de la tierra y los océanos para el final de esta década, así como la reducción de emisiones para frenar el cambio climático, todos objetivos pendientes que habían sido desplazados por Trump.
En todo caso, las reuniones no terminan y el tono ha cambiado, por lo que la estrategia de Biden parece estar dando sus frutos, como bien lo advirtió la misma Merkel durante una rueda de prensa: “No es que el mundo haya dejado de tener problemas por la elección de Joe Biden como presidente de Estados Unidos. Pero trabajamos en soluciones a esos problemas con un nuevo impulso. Y creo que es muy bueno que hayamos concretado más en este G7”.