Colombia tiene en su historia una diversidad de hitos y episodios que han marcado el rumbo como nación, pero sin lugar a dudas uno de los más trascendentales, por su naturaleza, por cómo se forjó y por lo que significó para el país, es la proclamación de la Constitución del 91.
Al recapitular la historia, y pese a la pluralidad política y partidista que permitió el texto constitucional objeto de esta editorial, no existe un ejemplo siquiera parecido a lo que fue la Asamblea Nacional Constituyente, elegida popularmente en diciembre de 1990 para construir lo que sería desde hace 30 años la carta magna colombiana.
En ese ejercicio democrático y participativo se unieron 70 representantes de los partidos del momento elegidos por el constituyente primario: Liberal, Alianza Democrática M-19, Conservador, UP, Autoridades Indígenas de Colombia, Movimiento de Salvación Nacional y Movimiento de Unión Cristiana. A ellos se unieron 4 representantes de los grupos guerrilleros desmovilizados EPL (Ejército Popular de Liberación), PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores) y Quintín Lame.
En la construcción constitucional tomaron parte 12 representantes de la región Caribe, entre ellos el director consejero de esta casa editorial, Juan B. Fernández Renowitzky, quienes claramente contribuyeron al tinte descentralizado y de autonomía regional que caracterizó el texto aprobado.
Era un grupo absolutamente heterogéneo en materia de ideologías sociales y políticas, pero que durante cinco meses supieron deponer los odios, las rencillas y las diferencias, para construir una constitución que solo desde su primer artículo marcó un abismo diferencial con la vieja y centenaria Constitución de 1886.
En la del 86 ese primer artículo definía: “la Nación Colombiana se reconstituye en forma de República unitaria”. En tanto, la del 91 amplió la visión del país: “Colombia es un Estado social de derecho, organizado en forma de República unitaria, descentralizada, con autonomía de sus entidades territoriales, democrática, participativa y pluralista, fundada en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general”.
A partir de allí, la Constitución del 91, que conmemora hoy 30 años de su promulgación, convirtió al país en uno diverso, pluralista, que permitió la libre conciencia, que mejoró y fortaleció los mecanismos de participación ciudadana y de defensa de los derechos individuales, entre otros valiosos aspectos.
Otra cosa es que muchos de los derechos consagrados, por cuenta de males como la inacabable corrupción, los conflictos armados, la violencia y el narcotráfico, sigan siendo vulnerados.
Pero circunscribiéndonos al ejercicio que significó la Asamblea Constituyente, de unidad en medio de las diferencias por un fin común y mayor, sin duda ha sido único e irrepetible. Difícilmente será posible ver nuevamente una presidencia tripartita de fuerzas opositoras comandando un propósito tan trascendental como lo fue la elaboración de la Constitución del 91, como en su momento lo hicieron Álvaro Gómez Hurtado (Salvación Nacional), Horacio Serpa Uribe (Liberal) y Antonio Navarro Wolf (Alianza Democrática M-19), acompañados de indígenas y desmovilizados. Todos en un mismo escenario, y aún en medio de las diferencias, lograron quedar en la historia del país por su aporte para entregar una nueva y moderna carta de derechos a Colombia, más allá de los principios e ideales que los separaban.
Ojalá, en tiempos tan complejos como los que vive la nación por la polarización política, el ejercicio del 91 sea replicado para bienestar de los colombianos y por el futuro que nos espera.