El regreso escalonado de miles de niños y jóvenes a las aulas de clase abre enormes interrogantes acerca de las competencias que adquirieron durante su etapa de educación virtual o a distancia a lo largo de los últimos 16 meses. Pese a los esfuerzos de directivas y docentes por garantizar una adecuada formación online, y del respaldo de padres de familia ‘graduados’ como maestros de la noche a la mañana, buena parte de los alumnos del sector oficial de Barranquilla y los municipios del Atlántico no siempre lograron tener a su alcance medios digitales ni ayudas didácticas que les facilitaran su aprendizaje. Lamentablemente, muchos de ellos se fueron quedando atrás, sin que nadie de su comunidad educativa lo haya notado.

Las dificultades en conocimientos y habilidades que arrastran estos alumnos, tras el prolongado cierre de sus colegios y escuelas por la emergencia sanitaria, son uno de los mayores desafíos del sistema educativo que empieza a recuperar la presencialidad de forma progresiva. Por el momento, la discusión se centra, casi de manera exclusiva, en las condiciones de la infraestructura sanitaria de las instituciones, las medidas de bioseguridad a aplicar, el avance de la vacunación de los docentes y en la evolución misma de la pandemia, como no podría ser de otra manera. Sin embargo, es pertinente que cuanto antes se abra un debate profundo y riguroso acerca de cómo hacerle frente a la amenaza del inminente fracaso escolar y abandono temprano de curso de los alumnos que no se sientan capaces de seguir el ritmo del aprendizaje luego del retorno a los salones de clase.

Los estudiantes tienen dinámicas diferentes, de acuerdo con sus capacidades y circunstancias propias. Evaluarlos o tratarlos a todos con el mismo rasero, en especial después de la prueba tan exigente que han afrontado intentando aprender desde casa sin los soportes necesarios, solo profundizará sus desigualdades y los conducirá a una mayor frustración y a nuevos tropiezos. El Ministerio de Educación tiene el reto de establecer directrices flexibles y oportunas que sirvan para orientar la labor de directivos docentes, profesores e incluso padres de familia en el acompañamiento de los procesos de recuperación de los alumnos rezagados, atendiendo sus situaciones particulares. La crisis sanitaria puso en evidencia serias falencias del sistema educativo que se han procurado resolver con el paso de los meses, con mayor o menor éxito en algunos casos. Encontrar los mecanismos para conjurar el riesgo de fracaso escolar entre los estudiantes de la generación de la pandemia también ofrece una oportunidad de mejora con miras a fortalecer la dinámica de la enseñanza en el país.

El principio de precaución –no enviar a los niños al colegio por la exposición a un contagio– no garantiza su inmunidad absoluta frente al virus. Obligar a los menores de edad a permanecer en casa mientras sus centros de enseñanza ya están funcionando solo ahondará los retrasos en su desarrollo académico y socioemocional. Que los temores y reticencias de unos cuantos no sumen más lastres a los que ya afectan la educación de las jóvenes generaciones que merecen retomar su educación presencial, previo cumplimiento de todos los protocolos de bioseguridad, para volver a proyectar su futuro con determinación y esperanza. Mantener cerradas las escuelas, mientras los bares, billares y discotecas están abiertos es una incoherencia difícil de explicar y de entender.