Pese a que el porcentaje de puestos de trabajo recuperados por mujeres en junio superó el de los hombres, la fuerza laboral femenina sigue siendo la más perjudicada por el impacto socioeconómico derivado de la pandemia. Una crisis que sigue cronificándose y amenaza con producir efectos irreversibles en los avances de inserción alcanzados por las mujeres en el mercado laboral colombiano si no se adoptan medidas diferenciales para romper la brecha laboral de género, que fue de 7,8 % en el sexto mes del año. Este abismo también es evidente en la desigualdad salarial entre hombres y mujeres, e incluso en las tasas de informalidad en las que ellas lamentablemente llevan la delantera.
Si bien es cierto que el número de desempleados se redujo en 1,1 millones de personas –entre junio de 2020 y junio de 2021- (600 mil hombres y 500 mil mujeres), no se puede pasar por alto que en la actualidad el 70 % de la población inactiva del país son mujeres. Millones de ellas están dedicadas hoy principalmente a realizar oficios del hogar, sobrecargadas por el trabajo doméstico y el no remunerado, como consecuencia de la emergencia sanitaria, en particular el cierre de los centros de desarrollo infantil y colegios. La exigencia de dedicar más tiempo al cuidado familiar sin ninguna contraprestación recae de manera asimétrica en niñas y mujeres, tanto de zonas urbanas como rurales, que se ven obligadas a hacer mucho más de lo que les corresponde. Esta situación, que más parece una sin salida, reduce claramente sus opciones de volver a conseguir un empleo remunerado para retornar al mercado laboral y, sobre todo, dilata sus posibilidades de desarrollo profesional.
Los hallazgos de la encuesta nacional de uso del tiempo (Enut) a cargo del DANE son preocupantes, porque confirman la alarmante disparidad de género en las actividades laborales no remuneradas en el país. En los primeros cuatro meses del año, las mujeres trabajaron casi tres veces más que los hombres en tareas diarias por las que no recibieron ninguna remuneración, entre ellas cuidado pasivo, es decir estar pendiente de los integrantes de su hogar, o en el suministro de alimentos, siempre a costa del tiempo que podrían dedicar a sus asuntos personales.
En la inequitativa distribución del trabajo doméstico también subyacen patrones sociales y culturales que merecen ser discutidos en profundidad para evitar que más mujeres sigan quedándose descolgadas de un futuro laboral y económico, a causa de los estragos de la pandemia. La lucha por la igualdad de género y contra toda forma de discriminación, un derecho humano fundamental, no puede ser otro de los efectos persistentes de la covid en nuestra sociedad, en particular en la del Caribe colombiano, donde existen enormes retos pendientes en esta materia.
Es una vergüenza que las mujeres dediquen 7 horas y 55 minutos, al día, a actividades laborales por las cuales no reciben remuneración, mientras que en el caso de los hombres ese tiempo se reduce solo a tres horas y 10 minutos. Cambiar esta realidad que nos acerca al fracaso en la construcción de una nación con más equidad y justicia social nos obliga a todos: desde los hombres que pueden aportar mucho más en el cuidado de los hijos o en los quehaceres domésticos, hasta el Estado que se queda corto para generar condiciones que favorezcan la creación de empleo femenino decente, pasando por el sector privado que está en mora de incrementar la inversión con enfoque de género en empresas o negocios dirigidos por mujeres o relacionados con sus necesidades. El rezago del empleo femenino atenta contra el desarrollo inclusivo y sostenible de las mujeres empujándolas a resignar sus legítimas aspiraciones de un futuro más justo e igualitario. Si ellas pierden, perdemos todos.