Los rumores o información falsa sobre las vacunas de la covid-19 amenazan el objetivo de alcanzar la inmunidad colectiva para frenar la propagación del virus y sus mutaciones más agresivas, como la muy contagiosa delta. El negacionismo contra los biológicos, apalancado en la extendida desconfianza de los ciudadanos en sus instituciones y promovido por distintos grupos con motivaciones religiosas, políticas, sanitarias o económicas, obstaculiza la respuesta del sector salud a la pandemia, pero sobre todo socava el mensaje coherente y responsable de los científicos sobre su seguridad y eficacia. Una pandemia de desinformación que solo podrá ser prevenida con otra vacuna, la de la comunicación confiable, rigurosa y creíble basada en la ciencia.
Ahora, cuando por fin contamos en Barranquilla y municipios del Atlántico con dosis suficientes al alcance de los grupos priorizados, ciudadanos mayores de 25 años apelan a sus creencias religiosas o a la llamada ‘libertad sanitaria’ para negarse a ser inmunizados, incluso siendo conscientes de los riesgos que corren y a los que exponen a su entorno familiar o laboral. Una actitud irresponsable que choca contra el mínimo sentido común y, sobre todo, con los derechos de las mayorías. La verdad naufraga en medio del mar de mentiras, errores, inexactitudes e intereses mezquinos de los falsos profetas del movimiento antivacunas que engañan, confunden y provocan un incalculable e irreparable daño a quienes confían ciegamente en sus argumentos sustentados en un escepticismo general hacia la ciencia y los inducen a comportamientos sectarios con consecuencias que podrían ser fatales.
Pastores y creyentes cristianos en Soledad, uno de los municipios donde la vacunación –pese a las estrategias de las autoridades de salud- no avanza al mismo buen ritmo del resto del departamento, reconocen que congregaciones prohíben a sus miembros inmunizarse porque aseguran que les introducirán “un chip 6G para manipular su alma con el 666 de la frecuencia, que es la marca de la bestia”. Sin palabras. Estos mensajes amparados en un fanatismo o extremismo religioso –según advierten otros pastores cristianos de Soledad que no comulgan con ellos- son divulgados no solo en los cultos o servicios, también en emisoras que amplifican a diario y a todas horas su contenido sin ninguna evidencia científica, solo la palabra de quienes creen tener la cura contra la distopía del exterminio global.
Las redes sociales también son poderosas campanas de resonancia de los grupos anticiencia que las usan para desacreditar las vacunas o promover teorías conspiranoicas, como que las redes celulares 5G propagan la covid o que los biológicos reprogramarán la mente humana. Todo vale para captar seguidores. Un proselitismo extremadamente peligroso sustentado en afirmaciones infundadas que no conoce límites éticos o morales ni acepta debates científicos para contrastar sus premisas.
Como ocurrió durante los primeros meses de la pandemia cuando las noticias falsas alrededor del entonces desconocido virus pusieron en riesgo la salud, e incluso la vida de las personas, la resistencia a vacunarse de los asintomáticos de la desinformación causa un enorme daño. Cerrar filas contra esta corriente que se propaga tan rápido como el mismo virus resulta prioritario. La perniciosa desinformación promovida por los negacionistas y su lenguaje de miedo demanda una respuesta solidaria con acciones contundentes que, por un lado, visibilicen las voces de la ciencia en defensa de la seguridad y eficacia de las vacunas y por otro, establezcan incentivos para convencer a los ciudadanos que aún dudan o se resisten a inmunizarse. Ni las polémicas ideológicas ni las posiciones políticas salvan vidas, solo la vacunación que no se puede detener.