Las señales de alerta de un planeta en emergencia climática como consecuencia del calentamiento global son perturbadoras. El mundo atraviesa un momento realmente crítico por los desconcertantes cambios en los patrones del clima que afectan a millones de personas en distintas zonas geográficas. Desde las abrasantes olas de calor en Estados Unidos, Grecia y Turquía –detonantes de devastadores incendios forestales– hasta las torrenciales lluvias que desencadenaron letales inundaciones en Alemania y Bélgica, la ocurrencia de eventos meteorológicos extremos, cada vez más intensos, frecuentes e impredecibles, confirman la magnitud de una crisis sin precedentes a la que la humanidad sigue sin dar respuesta adecuada por una temeraria incapacidad de entender la gravedad de lo que enfrenta.
Si aún estos alarmantes signos no resultaran lo suficientemente convincentes para los apóstoles del negacionismo climático, 234 científicos de 66 países acaban de revelar la más descarnada, pero imprescindible radiografía sobre la emergencia climática que arrasa el planeta. El sexto informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) no deja dudas sobre el impacto del calentamiento global ni sobre su principal responsable. De manera “inequívoca”, el análisis atribuye a la actividad humana el aumento de los gases de efecto invernadero, sobre todo desde 2011, lo que ha elevado entre uno y dos grados la temperatura en la atmósfera, el océano y la superficie terrestre.
La nefasta influencia humana en el sistema climático aparece detrás de cambios considerados históricos –calor excesivo, retroceso de glaciares, sequías, precipitaciones extremas, aumento del nivel del mar o acidificación de las aguas– que no tienen antecedentes en miles, si no en cientos de miles de años. Si no se abordan sin mayores dilaciones el presente y futuro de esta crisis, sus consecuencias serán absolutamente irreversibles con eventos extremos cada vez más catastróficos. La solución es, por todos, conocida. Hay que reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero para evitar el aumento global de las temperaturas en 1,5 grados para finales de siglo. Lo demás, son solo buenas intenciones.
Colombia no es ajena al impacto de esta emergencia global. Al menos 39 municipios costeros del Caribe corren el riesgo de quedar bajo el agua en menos de 20 años por el aumento del nivel del mar. Los indicadores de desastres inducidos por el cambio climático en la Costa son incontestables. El Centro de Investigaciones Oceanográficas e Hidrográficas (CIOH), con sede en Cartagena, ha aportado valiosa evidencia científica sobre este fenómeno en la región, pero basta con visitar el balneario de Santa Verónica, en Juan de Acosta, para constatar a simple vista cómo el mar está empujando hacia el continente ‘tragándose’ la playa por la erosión costera.
Urge actuar. El futuro de nuestros territorios y de las comunidades que habitan en ellos dependerá de las decisiones que se adopten hoy. El inmovilismo pasará una factura impagable en términos sociales, inseguridad alimentaria, desplazamiento de poblaciones enteras, pérdida de medios de subsistencia, e incluso de vidas humanas. La amenaza que se cierne sobre zonas de Tubará, Piojó, Luruaco, Juan de Acosta, Puerto Colombia y Barranquilla, en particular la Ciénaga de Mallorquín, no obedece a meras estadísticas o proyecciones de instituciones científicas, sino a la fragilidad de los ecosistemas anfibios del departamento. Contener el avance de esta crisis pasa por evitar construir en los humedales, detener la tala de los manglares, implementar estrategias de planificación y ordenamiento territorial, y reubicar a las comunidades en riesgo. No se puede seguir llegando tarde a una crisis que demanda medidas inmediatas y a gran escala. Sin ajustes ni soluciones climáticas basadas en la naturaleza, la situación se saldrá aún más de control. Basta de apagar incendios, trabajemos por prevenirlos.
El futuro de nuestros territorios y de las comunidades que habitan en ellos dependerá de las decisiones que se adopten hoy. El inmovilismo pasará una factura impagable en términos sociales, inseguridad alimentaria, desplazamiento de poblaciones enteras, pérdida de medios de subsistencia, e incluso de vidas humanas.