La semana que termina encendió las alarmas en la capital de la república ante la imparable ola de robos e inseguridad que inundó las calles bogotanas, sobre todo después del episodio en el que dos policías fueron atacados a tiros cuando requisaban a una banda delincuencial en el sur de esa ciudad. Finalmente, el patrullero Humberto Sabogal perdió su vida producto de las heridas causadas por las balas asesinas de presuntos ladrones de la zona que acababan de cometer un atraco.
El temor no es exclusivo de la capital, en la que conviven más de 10 millones de habitantes. El miedo a estar en la calle se ha multiplicado casi que en todas las capitales del país, en las que Barranquilla, por supuesto, no es la excepción.
Los atracos siempre han estado a la orden del día en las grandes ciudades colombianas, pero ahora lo que más atemoriza a los ciudadanos es el poco respeto por la vida que demuestran los asaltantes, cada vez más organizados en redes criminales que alteran la tranquilidad de los centros urbanos.
Solo en la capital del Atlántico y su área metropolitana, en lo que va corrido del año, 29 personas han sido asesinadas en medio de atracos, según el reporte de la Policía. El caso más reciente fue el de Jonathan Eduardo Chimas Robinson, un escolta que forcejeó con los criminales que pretendieron asaltarlo la noche del viernes 6 de agosto en el barrio Recreo.
Es imposible predecir la forma en que cada individuo puede reaccionar frente a un asalto, como también es imposible saber hasta qué punto está dispuesto a llegar un ladrón en su intento de arrebatar las pertenencias de sus víctimas. Es cuestión de segundos, un breve tiempo en el que una mala señal para entregar lo que se lleva puede costarnos la vida, ya sea por el nerviosismo del asaltante o por la frialdad con la que muchos actúan cuando no reciben de manera inmediata lo que piden. En muchos casos, aun logrando su cometido sin oposición, terminan descargando las balas de sus armas en la humanidad de sus víctimas.
Hay de todo un poco en este fenómeno que tiene en alerta las autoridades y atemorizada a la ciudadanía. Un explosivo coctel en el que se mezclan el incremento de la pobreza, del desempleo, del fenómeno migratorio, pero también la fragilidad de la justicia y la incapacidad cuantitativa de las autoridades de policía para cubrir cada rincón de las ciudades.
Aumento del pie de fuerza termina siendo siempre el anuncio para responder al reclamo de mayor seguridad y vigilancia. Sirve, sí, pero nunca es suficiente. Es imposible asignar un policía en cada esquina. Las acciones son de mucho más fondo y absolutamente estratégicas para impactar en la reducción de los delitos, pero sobre todo para revalorizar la vida de los ciudadanos, que quieren y merecen, después de una pandemia, volver a transitar con confianza en los espacios públicos.