El mea culpa del alcalde de Barranquilla, Jaime Pumarejo, quien -con sentido de autocrítica- reconoció que las “instituciones están fallando” a la hora de enfrentar la delincuencia en la ciudad, sobre todo el atraco a mano armada, es un buen punto de partida para revaluar las estrategias de seguridad que no están siendo efectivas. La ola de robos, acrecentada durante las últimas semanas pese a las medidas del Gobierno nacional, el Distrito y la Fuerza Pública, se extiende a todas las localidades, sin distingo de horario ni condición de las víctimas.
Del accionar criminal de los delincuentes no escapan personas solas o grupos familiares en el interior o exterior de sus viviendas, quienes se movilizan por las calles, a pie, en moto o en sus vehículos particulares, ni los que regresan del trabajo a sus casas en la noche en buses de servicio público. Tampoco se libran los comerciantes que ya no se sienten seguros ni siquiera en sus negocios, algunos de ellos ubicados en grandes superficies hasta donde los ladrones han ingresado como Pedro por su casa.
La gravísima ausencia de contención de estos crímenes por las autoridades, no solo favorece su comisión, sino que otorga patente de corso a los delincuentes para que incorporen a sus repudiables actos un componente de extrema violencia. Hay que actuar cuanto antes. Ya no se trata solo del hurto de dinero o de las pertenencias, los ciudadanos –cada vez más impotentes y atemorizados- están sufriendo ataques con sevicia o crueldad excesiva, muchos de los cuales terminan en desenlaces fatales. Como le sucedió a Sebastián De la Hoz, de 19 años, asesinado vilmente por robarle su celular, en el barrio El Prado.
El repunte de la criminalidad en Barranquilla, problemática que no es exclusiva de este territorio, sino que se enmarca en el acelerado deterioro de la seguridad en las grandes capitales del país -coincidiendo con la reactivación económica y social tras lo más duro de la pandemia-, se concentra en 21 zonas consideradas conflictivas. En ellas, la Policía ha implementado ‘cuadrantes microfocalizados’, con refuerzos de vigilancia en coordinación con el Ejército, además de unidades investigativas judiciales, luego de registrar en estos puntos 206 homicidios, 58 más que en el mismo periodo del año anterior, para un total de 354 asesinatos en la ciudad.
Las estrategias conocidas como “Blindaje Zonal”, “Escuadrón Antihurtos” o “Reacción Caribe”, que incorporan más pie de fuerza, cámaras de video vigilancia o elementos tecnológicos como los drones, ofrecen una respuesta convencional a una crisis de seguridad con matices diferenciales en la que se deben considerar, a diferencia de otras coyunturas similares, el impacto de la pandemia en la vulnerabilidad socioeconómica de la población y la incidencia de una criminalidad organizada con poderosos tentáculos presente en la ciudad. También es cierto que hoy la radiografía de la criminalidad en Barranquilla confirma tendencias que ya estaban al alza, como el aumento de los homicidios -de un 8 % entre 2019 y 2020- y el uso de armas de fuego, a pesar de que los delitos en general se redujeron el año pasado por el confinamiento como en el resto del país.
La evidencia se impone. Urge replantear la actual política pública de seguridad que no frena los casos de violencia ni genera confianza ciudadana en la eficacia de las instituciones para enfrentar este flagelo que, además, debilita la acción del Estado y del Distrito. Sin unidad, no será posible retomar el principio de autoridad que exige el combate a la delincuencia. El llamado del alcalde Pumarejo, al convocar a sectores y organizaciones del orden local y nacional para buscar salidas policiales, judiciales y sociales a esta encrucijada, es acertado. Las causas deben ser identificadas y todos los recursos posibles contemplados para establecer los pasos a seguir. La falta de cultura ciudadana y actitudes incívicas de grupos de ciudadanos también importan porque dificultan la convivencia. Ni la discriminación ni la xenofobia tienen cabida en esta ecuación en la que nadie debería permitirse alimentar la tensión social en vez de aportar soluciones. Ni esconderse, ni matizar la realidad, mucho menos responsabilizar al otro. Barranquilla nos necesita a todos, de un mismo lado, para retomar la tranquilidad que la inseguridad le roba.