Danilo Hernández, recién posesionado rector de la Universidad del Atlántico, convocó a un diálogo permanente entre todos los estamentos del alma mater. Elevar su calidad educativa es una de las metas que se ha fijado este contador público, egresado y docente de la institución que ahora dirige. Indudablemente, de su liderazgo, gestión transparente y defensa de la autonomía y gobernanza de la entidad dependerá el cumplimiento de la misión para la que fue elegido por el Consejo Superior. Pese a sus dificultades, entre ellas una deficiente financiación, el sistema universitario público es reconocido por estar a la vanguardia en la generación y transmisión del conocimiento, pero sobre todo por transferirlo a la sociedad, aportando a su desarrollo económico y social, mientras impulsa el bienestar de la población.
Los retos de Hernández no son pocos ni fáciles de tramitar. Su propuesta rectoral se focalizó en asegurar los ejes de gobernabilidad, sostenibilidad, impacto y participación. En un sentido más detallado se comprometió con la modernización institucional, la mejora de procesos administrativos y académicos, el sostenimiento de las certificaciones de calidad académica, el saneamiento de las finanzas, la proyección social de la universidad y la estructuración de canales de comunicación entre los actores del ecosistema universitario, entre las más destacadas. Acciones indispensables con las que espera llevar a cabo una “revolución del conocimiento regional”, un verdadero cambio para la Universidad del Atlántico. En efecto, es lo que se requiere con urgencia. La postración en la que ha permanecido durante los últimos años la institución, uno de los referentes de la educación superior pública en Colombia, demanda una estrategia consensuada, además de sólidamente estructurada, que trascienda intereses particulares, consideraciones políticas o mezquindades de los oportunistas de siempre.
Revisando las iniciativas del rector Hernández, a simple vista, se puede concluir que son válidas y pertinentes. Hasta ahí todo bien, pero profundizando en el franco deterioro en el que ha caído el clima universitario habría que insistir –con especial premura– en que antes de ponerlas en marcha se deberían articular espacios de concertación en los que se trabaje por recuperar la institucionalidad del alma mater, procurando su estabilidad. La figura de rectores en interinidad, seriamente cuestionados e incluso involucrados en presuntas irregularidades jurídicas y administrativas, le ha hecho mucho daño a la universidad, al punto de minar la confianza de la comunidad educativa en sus órganos de dirección y gobierno. Las protestas de los estudiantes y la reiterativa suspensión de las actividades académicas terminaron por resquebrajar la relación entre los distintos actores, desatando conflictos que han dejado heridas por sanar.
El intenso debate que se dio en el interior de la institución, liderado por la gobernadora Elsa Noguera, por democratizar la elección del rector fue decisivo para avanzar. Valga reconocer su firmeza y determinación, así como el compromiso de su equipo, porque no fue sencillo llegar hasta la escogencia del pasado lunes 11 de octubre. Cada nuevo paso dejaba al descubierto un desafío adicional por resolver. La sucesión de dificultades, desde el acuerdo para modificar el Estatuto General hasta la falta de quórum en el Consejo Superior, pasando por la irrupción de la pandemia, dilataron un proceso que debía materializarse en 45 días y demoró más de 20 meses. A pesar de las denuncias de un sector de los estudiantes por supuestas irregularidades en la votación, el proceso finalmente se concretó con la elección de Danilo Hernández, quien debería ocuparse, cuanto antes, de conocer estos reclamos para intentar darles respuesta.
Queda, en efecto, mucho trabajo por delante. En el corto plazo, dos asuntos inaplazables por más tiempo: el regreso a la presencialidad mediante un modelo de alternancia y la apertura de la licitación para adelantar las obras de restauración de Bellas Artes. Claramente, son tareas imprescindibles en el exigente camino que inicia el rector Hernández, quien deberá saber rodearse para construir, de manera colectiva, participativa y pluralista, un nuevo tiempo para la Universidad del Atlántico. Sus recientes antecedentes no han sido los más halagüeños, pero nadie puede negar el peso histórico de este centro académico que conmemora 80 años siendo un símbolo de la formación de jóvenes en la región Caribe.
La postración en la que ha permanecido, durante los últimos años, la institución, uno de los referentes de la educación superior pública en Colombia, demanda una estrategia consensuada, además de sólidamente estructurada, que trascienda intereses particulares, consideraciones políticas o mezquindades de los oportunistas de siempre.