Se agota el tiempo para que los líderes globales adopten acciones más decididas que permitan encarar, de mejor manera y no como lo han hecho hasta ahora, la actual emergencia climática, convertida también en una amenaza real contra la salud humana. El agravamiento sin precedentes de la crisis, como puso de presente el reciente informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) –consecuencia de la nefasta influencia humana que ha calentado la atmósfera, el océano y la tierra– exige más hechos concretos y menos compromisos vacíos.
Pese a que las concentraciones de gases de efecto invernadero están en máximos históricos, lo que nos acerca a un escenario de alarmante sobrecalentamiento del planeta, insistimos en desconocer o minimizar el implacable avance del cambio climático. Las evidencias científicas demuestran que si de manera urgente no se reduce el vertido de sustancias contaminantes a la atmósfera, por lo menos a la mitad, será inevitable que la temperatura global no aumente 2,7°C este siglo. Sus consecuencias serían devastadoras para las economías y sociedades, tanto de países ricos como de los más vulnerables que no tienen cómo implementar medidas de mitigación, adaptación y resiliencia climática.
En suma, estamos peor de lo que creíamos y el deterioro se acelera por la falta de estrategias realizables para alcanzar la neutralidad de las emisiones en 2050, a más tardar. Sin una acción climática determinante, el mundo se encamina a un calamitoso escenario en el que nuestra especie queda seriamente amenazada. No se trata de predicciones catastrofistas. Ese tiempo ya pasó. Lo que estamos viviendo hoy con olas de calor, incendios forestales, lluvias torrenciales, inundaciones, entre otros fenómenos meteorológicos, cinco veces más extremos que los registrados en 1970, además de siete veces más costosos, exige actuar antes de que los daños causados al planeta sean totalmente irreversibles.
Una situación tan crítica como esta, en la que está en juego la vida de millones de personas, no da margen a seguir dilatando las decisiones clave para afrontar el desafío del cambio climático. Es lo que la humanidad espera del encuentro que líderes políticos de cerca de 200 países sostendrán, entre el 31 de octubre y 12 de noviembre, en Glasgow, Escocia. La COP 26, o cumbre del clima de las Naciones Unidas, ofrece una oportunidad histórica para que los Gobiernos del mundo abandonen sus promesas ambiguas, de mínimo alcance e impacto, y se comprometan a ejecutar estrategias posibles de reducción de emisiones contaminantes, más ajustadas a la emergencia climática que nos impacta a diario.
En particular, los países que concentran el 60 % de esas emisiones a nivel global – China, Estados Unidos, India, Rusia y Japón– deberían hacer más, aumentando por ejemplo sus metas en el corto plazo. Pese a sus reiterados discursos para contener el fatídico incremento de las temperaturas, los esfuerzos que dicen hacer dejan aún mucho que desear. Siendo realistas, su falta de voluntad política y coherencia frente a un problema que es, en buena medida, su responsabilidad perjudica al resto del planeta. Si estas naciones no dan pasos adicionales, anticipando sus contribuciones a antes de 2030, difícilmente el panorama mejorará, o incluso todo irá a peor.
Colombia presentará en la cumbre su estrategia climática. Una política de Estado enfocada en nueve pilares, como matriz energética diversificada y producción y consumo sostenible, entre otros, asegurada para los próximos 30 años. También ratificará el compromiso de reducir en 51 % las emisiones de gases de efecto invernadero, lograr cero deforestación a 2030 y carbono neutralidad a 2050. Dada nuestra alta vulnerabilidad al cambio climático, acierta el presidente Iván Duque al impulsar esta iniciativa. Si no se reducen los riesgos, el país podría perder hasta $4,5 billones anuales. Colombia, que solo contribuye con el 0,6 % de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, requiere financiación y compensación para alcanzar su propósito. Plantear la condonación o conmutación de deudas a cambio de resultados en materia de protección ambiental es lo justo.
Si el mundo está en peligro, todos lo estamos. Tan importante como exigir que los líderes tomen decisiones de fondo en la cumbre climática es que cada uno de nosotros asuma el cuidado de nuestra casa común, la única que tenemos. Cada esfuerzo suma.