La descomunal cifra revela en sí misma la gravedad del problema. Las pérdidas de aprendizaje, como consecuencia del cierre de escuelas por la pandemia, podrían costarle a la actual generación de estudiantes USD 17 billones del total de ingresos que percibirán a lo largo de sus vidas. O lo que es lo mismo, un 14 % del PIB mundial, contabilizado a día de hoy. El preocupante dato consignado en un informe del Banco Mundial, Unesco y Unicef solo es la punta del iceberg de una crisis mucho más grave de lo que se estimaba en 2020, cuando fue anticipada por Naciones Unidas como una ‘catástrofe generacional’. Sin duda, lo es.
Es moralmente inaceptable que 21 meses después de la irrupción de la pandemia muchas escuelas no tengan aún fecha de apertura, negando la oportunidad de formarse a niños, niñas y jóvenes que podrían no volver a incorporarse al sistema educativo. Quienes determinaron, por distintas razones –algunas de ellas totalmente injustificables- que no debían regresar a las aulas de clase, pese a que estaban abiertas bajo esquemas de alternancia, comprometieron seriamente su desarrollo, además de su futuro.
La ecuación resulta bastante lógica, pero no está de más insistir en ella. Sin las competencias adecuadas en materias clave como matemáticas o lectura, identificadas hasta ahora como las de mayores pérdidas sustanciales de aprendizaje, en países de ingresos bajos y medios como el nuestro, las posibilidades de estos menores de acceder a mejores salarios cuando sean adultos se reducen notablemente. Resulta esencial que, al cierre de 2021, cada comunidad educativa se detenga a considerar el devastador impacto provocado por la interrupción de la presencialidad durante tan prolongado lapso. No solo en lo que atañe al bienestar de las familias de los estudiantes, en su presente y en lo que vendrá, también en lo relacionado con la productividad y economía de los territorios donde residen.
El 2022, como señaló la ministra de Educación, María Victoria Angulo, a EL HERALDO, debe ser categóricamente el año del regreso de la presencialidad. Sin más dilaciones ni pretextos, urge que la sociedad en su conjunto, desde los gobiernos hasta las familias, pasando por las directivas y docentes de los centros académicos, se ponga a trabajar para detener y revertir los retrocesos educativos que la crisis pandémica provocó, en particular en los niños de hogares vulnerables en términos socioeconómicos, debido a su falta de acceso a las tecnologías, conectividad, dispositivos y hasta a la luz eléctrica.
El desafío que se avecina para superar los efectos de la no escolaridad es monumental. Diagnosticar en qué estado se encuentran los estudiantes, tras el retorno será fundamental en el objetivo de diseñar estrategias que permitan cerrar brechas. Hacerlo de manera articulada entre los actores del sistema se torna imperativo para no dejar a ningún estudiante fuera. Evaluar para avanzar, como anticipa el ministerio de Educación, tiene que convertirse en el propósito central del retorno.
En la recuperación de la economía, el Gobierno no ha ahorrado esfuerzos al otorgar alivios o generar incentivos para impulsar la necesaria reactivación de las empresas. ¿Cómo no hacerlo entonces con el sector considerado más decisivo para asegurar el avance y progreso de las personas y su entorno? La educación nos necesita a todos para acelerar su transformación digital, ofreciendo opciones en materia presencial y virtual. Colombia debe insistir en este modelo híbrido sustentado en la innovación, en el que además de recursos básicos de conectividad, se requieren profesores con altas competencias en virtualidad y metodología propia. Solo así se podrá favorecer el desarrollo educativo con infraestructura digital, pilar de un futuro sostenible.
Es hora de dejar atrás modelos caducos, amarrados al pasado, que la pandemia demostró no son resilientes ni inclusivos. Hay que apostar por escuelas digitalizadas donde los estudiantes se formen en nuevas habilidades. Se lo debemos a los niños de los barrios más pobres o de las zonas rurales que necesitan mucho más que una tableta descargada en sus morrales.