Apunto de cerrar el 2021, unas son de cal y otras son de arena en relación con los espacios culturales de Barranquilla, una preocupación constante en la ciudad. A grandes rasgos, es justo reconocer que se lograron avances como la apertura del magnífico auditorio de la Fábrica de Cultura, el aval otorgado por la ministra Angélica Mayolo para intervenir el icónico edificio de la Escuela de Bellas Artes y la aprobación que también dio su cartera al Plan Especial de Manejo y Protección (PEMP) del teatro Amira de la Rosa. Hasta ahí las buenas noticias.

Resulta lamentable, sin embargo, constatar que no se vislumbra todavía salida para resolver el vergonzoso abandono en el que se encuentra sumido el Parque Cultural del Caribe. Al complejo, ubicado en el Centro Histórico, soñado desde hace más de dos décadas como un espacio para exaltar la riqueza patrimonial de la región Caribe, se lo está tragando la maleza. Desconcierta el nivel de desidia de quienes deben responder por su terminación y manejo. Su actitud carece de justificación y es inconsecuente con el fortalecimiento del tejido cultural que el sector demanda con insistencia y, además, con sobradas razones.

Revisando los hechos recientes, tras las denuncias realizadas por EL HERALDO en el mes de febrero sobre el deterioro del Parque Cultural, y en especial de la estructura del Museo de Arte Moderno y de la sede del Museo del Caribe, el Distrito ofreció asumir su manejo. Pero los privados responsables de los escenarios ni rajan ni prestan el hacha, lo cual imposibilita un acuerdo para que pasen a estar bajo su control. Sin voluntad de una de las partes, en este caso de las directivas del complejo, no se puede materializar una solución a la actual crisis financiera que mantiene las obras del MAMB paralizadas y las puertas del museo cerradas desde hace casi dos años.

El prolongado silencio de las entidades privadas frente al tema – al menos de cara a la ciudadanía– o su ausencia en un debate de control político por la prolongada crisis, realizado por el Concejo, no son buenas señales en el camino de concertar una salida satisfactoria, sobre todo para la comunidad. Ciertamente, se necesita un cambio de tendencia conducente a tomar decisiones para terminar las obras, recuperar las instalaciones y definir un nuevo modelo de gestión y administración del Parque Cultural del Caribe que permita ponerlo en funcionamiento. Si no cuentan con recursos, ¿por qué no facilitan que el Distrito se encargue de él o qué haría falta para que reasuman sus responsabilidades?

Si nada de esto fuera posible, conviene que se analice una posible intervención de la Contraloría General de la República para evitar la pérdida de más de $10 mil millones invertidos por la nación en el Museo de Arte Moderno. Son recursos públicos que deben ser “salvados”, como señalaba hace unos días Ricardo de León, responsable del Grupo de Participación Ciudadana del ente de control en el Atlántico. Es evidente que el espacio cultural en la actualidad no presta el servicio para el que el dinero fue destinado.

Barranquilla necesita recuperar sus bienes culturales lo antes posible. La pandemia, con su catastrófico impacto en el sector, pausó este impostergable propósito que debería ser asumido como una causa de ciudad por lo que representa. No solo en términos socioeconómicos –sin duda importantes–, sino por el acervo cultural que encierra un universo absolutamente intangible, pero colmado de valores, costumbres, tradiciones, hábitos y modos de vida que ha forjado nuestra historia desde siempre.

Hasta el último día de este agonizante 2021 se esperan anuncios para seguir surtiendo procesos. Por un lado, la resolución del Ministerio de Cultura sobre el PEMP del Amira que requiere el Banco de la República para adelantar diseños y arrancar obra. Por el otro, la adjudicación de la restauración de Bellas Artes que debe iniciar en febrero. Son buenas noticias. Como también lo es que la Concha Acústica de Baranoa esté casi lista y hoy celebre su primer concierto con la incomparable banda de este municipio, como no podría ser de otra manera. Este es el camino: salvar la cultura es una prioridad social a la que nadie en el sector público ni en el privado debe renunciar, oponerse ni mucho menos resistirse.