Ómicron, la nueva variante de la covid-19, amenaza con alterar por completo la Navidad de los europeos, donde se habla ya de una sexta ola de la pandemia. Pese a las acciones preventivas implementadas desde hace semanas, la más reciente mutación del impredecible virus -¿alguien se esperaba una cepa tan agresiva como esta?- vuelve a disparar los contagios a tal velocidad que en pocos días se convertirá en dominante, desplazando a la omnipresente delta. También en los Estados Unidos, que contiene el aliento.
Aunque resulte impopular decretar cuarentenas totales o parciales en plena temporada navideña, ningún Gobierno, al menos en la impactada Europa, está dispuesto a improvisar frente al imparable avance de la variante Ómicron, hasta ahora una gran desconocida en términos epidemiológicos.
Mientras España estudiará esta semana si intensifica las restricciones vigentes, para limitar la movilidad e interacción social, o adopta medidas mucho más severas, en Londres se declaró el estado de ‘incidente grave’ por el implacable número de infecciones; y en Países Bajos, el primer ministro en funciones, Mark Rutte, ordenó confinamiento estricto hasta el 14 de enero. Solo supermercados, farmacias y estaciones de servicio permanecerán abiertos. En Dinamarca, más de lo mismo.
No deja de ser increíble que dos años después de que el virus fuera detectado en China, Europa se encuentre viviendo lo más parecido a un déjà vu de los peores momentos de la pandemia con una impresionante tendencia al alza en el número de pruebas positivas y en la velocidad de propagación. Si la situación, bastante crítica, además de incierta, no es mucho peor es porque la vacunación, con todas sus luces y sombras por cuenta de los millones de no inmunizados por voluntad propia, ha sido realmente beneficiosa. Mensaje clarísimo para los antivacunas y su discurso temerario e irresponsable.
A diferencia de lo ocurrido en los picos anteriores, y Europa ya acumula cinco, la evidencia demuestra, hasta ahora, que Ómicron podría estar causando una enfermedad menos grave que otras variantes, pese a ser capaz de multiplicarse 70 veces más rápido en los bronquios humanos –no en los pulmones– que su antecesora delta. Las autoridades sanitarias europeas indican, de acuerdo con sus reportes, que aunque la cepa está produciendo el triple de contagios que en diciembre de 2020, solo se está registrando un tercio de las defunciones certificadas hace justo un año. Tampoco los hospitales, no obstante a estar sometidos nuevamente a una presión considerable, se encuentran al borde de un colapso. Por el momento, valga insistir en ello.
No cabe duda DE que frente a la información tan limitada sobre la gravedad clínica de Ómicron conviene estar en máxima alerta. La variante habría llegado ya a cerca de 100 países, en poco menos de ocho semanas, y más allá de su altísima transmisibilidad o reducido periodo de incubación de apenas 3 o 4 días con síntomas más asociados a la fatiga leve, dolor de garganta y a la mucosidad; la administración de las dosis de refuerzo parecería ser la mejor forma de protegerse contra el riesgo de enfermedad grave o necesidad de hospitalización. La inmunidad preexistente, por aplicación de vacunas o infección pasada, sigue siendo una enorme incógnita.
Europa transita hacia una ola récord de contagios, que también alcanzaría a Estados Unidos. ¿Es el escenario de una nueva crisis sanitaria, económica y social por el virus? Aún puede ser prematuro advertirlo, pero se da por descontado que se requerirán todas las medidas individuales y colectivas que haga falta para asumir la gravedad del asunto, del que Colombia –pese a su actual calma epidemiológica– debería tomar atenta nota.