La repentina y sorprendente expansión de ómicron continúa disparando los contagios de covid-19 en decenas de países, donde sus ciudadanos dicen estar desesperados, además de frustrados, por las restricciones, en algunos casos autoimpuestas de manera preventiva, en plena temporada de Navidad y fin de año. Los nuevos encierros vuelven a poner sobre la mesa una compleja problemática proveniente de la prolongada pandemia, en la que millones de personas transformaron sus hábitos en relación con el consumo nocivo de bebidas alcohólicas.

Es preocupante cómo una de las mayores prioridades de salud pública en el mundo parece haber quedado difuminada por el impacto del virus, pese a sus comprobados riesgos, agudos y crónicos, para la salud de quienes son adictos o han incrementado su ingesta de alcohol en los últimos dos años. Distintos estudios, uno de ellos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) –de la que es parte Colombia–, indican que entre los habitantes de sus países miembros el consumo de alcohol aumentó 36 % en 2020, y 43 % la frecuencia con la que se hace.

No es de extrañar que detrás de los cambios en los patrones de bebida se encuentren turbulentos estados emocionales de quienes han estado sometidos a ansiedad, depresión, incertidumbre económica, temor al contagio o cansancio físico por las sucesivas crisis asociadas al virus. No es lo único. Además de la pandemia, que ha deteriorado la salud mental de las personas, episodios vinculados a estallidos sociales, además de tensiones políticas, también acrecentaron los niveles de estrés y de paso el consumo de alcohol, según lo expresado por ciudadanos, en especial mujeres que aumentaron su ingesta de licor, sobre todo en sus hogares.

En Colombia, donde la edad de inicio del consumo de alcohol está en los 13 años, y la mayor dependencia se concentra entre los 18 y 34 años, buena parte de los problemas de salud física, mental y de convivencia, de seguridad ciudadana y violencia intrafamiliar – en particular contra los niños – están vinculados directamente al consumo nocivo de alcohol. Inquieta a las autoridades la gran cantidad de adultos jóvenes sorprendidos, cada fin de semana, en bares, clubes nocturnos o en espacios públicos donde se consume alcohol en exceso y no se respetan las mínimas normas de protección individual como el uso de tapaboca o el distanciamiento físico.

Bajo los efectos del alcohol, que erróneamente creen que controlan, cada vez más personas terminan protagonizando repudiables hechos de intolerancia, como riñas callejeras o altercados en el interior de establecimientos; otros se ven involucrados en siniestros viales y no faltan quienes resultan quemados o mutilados por manipular pólvora. Lamentablemente, muchos de ellos son menores de edad que beben, no solo con el aval de sus padres, sino motivados por ellos.

Es clave que las campañas preventivas de consumo de alcohol señalen su vinculación con un mayor riesgo de debilitamiento del sistema inmunitario”, lo cual puede tornar a las personas más susceptibles de contraer enfermedades infecciosas, incluida la covid. También debe ser prioritario diseñar políticas públicas dirigidas a disminuir el consumo excesivo de alcohol, en especial entre los menores de edad expuestos con facilidad a este multidimensional problema de salud pública, exacerbado en la pandemia.

Otro desafío más en la vida poscovid que necesitará intervenciones adicionales para dar respuesta al deterioro de la salud física y mental de la población por enfermedades o trastornos resultantes del consumo que no puede seguir pasando de agache.