Cancelar la Lectura del Bando, el primer gran evento del Carnaval de Barranquilla en 2022, así como conciertos y otras actividades masivas de la fiesta durante enero, debido a la expansión de la transmisible variante ómicron, es una determinación correcta, además de oportuna, del alcalde Jaime Pumarejo. Nadie pone en duda que el escenario al que hoy nos enfrentamos resulta totalmente distinto al de un año atrás, gracias al significativo avance en la administración de la vacuna; sin embargo, conviene ser prudentes para evitar afectaciones severas entre la población aún expuesta a los mayores riesgos.
Sin ser extrema, la decisión –sustentada en la evolución epidemiológica de la pandemia en Barranquilla– envía un necesario mensaje de prevención a la ciudadanía. En las últimas tres semanas, los contagios han crecido de manera sostenida por cuenta de esta cepa altamente contagiosa que se propaga a una velocidad impresionante. Tanto que en los primeros 11 días de 2022 se acumulan casi 9 mil casos que, afortunadamente, no se reflejan en un incremento de las hospitalizaciones e ingresos en ucis asociados con covid-19 ni en una letalidad desenfrenada.
En Barranquilla, donde 960 mil mayores de 3 años cuentan con esquema completo y más del 97 % de la población ha recibido al menos una dosis, la evidencia científica confirma que la aplicación de los biológicos, pese a que no impide la infección, sí reduce drásticamente la gravedad de los síntomas. De ahí la importancia de insistir en el proceso, en especial en el acceso de los adultos de 50 o más años al refuerzo para elevar su nivel de protección.
Dos años después del inicio de esta historia, tan extensa como repleta de difíciles y dolorosos aprendizajes, nadie debería relajarse frente a la amenaza real de contagio ni tampoco rechazar la posibilidad de vacunarse por temores, prejuicios o razones sin fundamentos lógicos que dificultan el pronto regreso a una vida colectiva sin sobresaltos o sorpresas. Vencer las resistencias a la inmunización con información confiable, convincente y bien explicada, basada en la ciencia y no en las emociones, como defiende el Distrito, nos permitirá avanzar en el reto de estar más y mejor preparados para hacerle frente al virus hasta que logremos convivir con él. Que no se nos haga tarde para entenderlo.
En los municipios del Atlántico, sus alcaldes también ofrecen señales claras de carácter preventivo ante el alza de los contagios. Con el anuncio de cancelar los eventos de precarnaval hacen bien. Porque priorizan la salud de sus comunidades frente a los excesos que suelen acompañar estas celebraciones en las que, claramente, sería complicado regular los aforos, al igual que garantizar el cumplimiento de medidas de salud pública como el uso de tapaboca o el distanciamiento físico. Menos si hay licor de por medio.
Quedan al menos dos o tres semanas de aumento continuo de casos en el Atlántico antes del inicio de la desaceleración del actual brote por ómicron que, como ha ocurrido en otros territorios, bajaría tan rápido como escaló. Es lo que prevén los expertos. Hasta entonces se precisan acciones de precaución o iniciativas disuasorias para mitigar posibles situaciones de descontrol en la población. Incluso, frente al crucial partido que la Selección Colombia jugará con su similar de Perú el próximo 28 de enero, en el estadio Metropolitano, se hace imprescindible considerar el riesgo calculado.
Ciertamente, el Carnaval –la fiesta cultural más reconocida del país– es un dinamizador de la economía local en el que hoy están puestas las esperanzas de distintos sectores que confían en consolidar su reactivación. Nuevas decisiones de las autoridades de Barranquilla o el departamento sobre más cancelaciones o reajuste de restricciones dependerán de la evolución de la cepa. Su expansión, no obstante, también está sujeta a la responsabilidad individual y colectiva que nos compete a los habitantes del Atlántico para cuidarnos y acceder sin falta a la vacunación. Momento clave para evaluar si hemos aprendido lo suficiente.