Con cerca de 20 millones de nuevos casos en el recuento global de la última semana, nadie pone en duda que ómicron –predominante ya en todo el mundo– es la variante más infecciosa de las hasta ahora detectadas durante los dos años de la pandemia de covid-19. Tampoco se cuestiona, de acuerdo con la evidencia científica aportada por la propia Organización Mundial de la Salud (OMS), que es capaz de “evadir la inmunidad” al comprobarse la existencia de transmisión entre vacunados y en quienes habían superado la enfermedad e incluso desarrollado anticuerpos.
Por eso resulta todo un despropósito la irresponsable actitud de quienes insisten en ‘gripalizar’ a ómicron a como dé lugar. Pues no. La altamente transmisible variante que disparó la positividad nacional a 63 % en el reporte de casos del pasado sábado, cuando se contabilizaron 35.575 contagios, no es un resfriado común, ni un malestar menor, tampoco una tosecita pendeja acompañada de dolor de cabeza, carraspeo de garganta y escurrimiento nasal. De ómicron, más temprano que tarde, todos nos vamos a infectar.
Si bien es cierto que la severidad de la actual cepa, en relación con el riesgo de enfermar gravemente o morir, es menor que la identificada en anteriores variantes, minimizar los efectos de ómicron no acelerará el descenso de su pico. Al margen del absoluto hartazgo que nos produce seguir inmersos en esta crisis de salud, en especial por la incertidumbre de no saber cuándo llegará a su fin, conviene entender que la incidencia, gravedad y letalidad de ómicron no son comparables con las de una gripa, aunque tengan síntomas comunes o similares.
Se equivocan quienes estiman que el actual momento corresponde más al de una enfermedad endémica que al de una pandemia, aunque la transmisión del virus no sea estable ni predecible. La covid-19 nos ha demostrado, en reiteradas ocasiones –para la muestra el caótico escenario desatado por la veloz ómicron– que la evolución de la emergencia sanitaria no es pronosticable. Hoy quedan más dudas por resolver que certezas sobre la enfermedad.
Lo que es un hecho, y en ello debe enfocar sus esfuerzos el Ministerio de Salud para orientar a los ciudadanos, es que el estado actual de la pandemia demandó cambios en los lineamientos de acceso a pruebas y aislamientos. Frente a las novedades se requiere responsabilidad individual y colectiva de la sociedad en su adecuado cumplimiento, además de compromiso de la institucionalidad y sectores público y privado, para que entre todos seamos capaces de superar las dificultades que están surgiendo, en particular por las ausencias de los trabajadores.
Partiendo de la premisa de que la mejor manera de enfrentar a ómicron es vacunarse, completando esquema y recibiendo el refuerzo, acortar el tiempo de aislamiento a siete días responde a la reducida severidad de los casos. Mientras que dejar de practicar pruebas a todos los sospechosos que no presenten síntomas evita la congestión de entidades de salud que deben priorizar sus servicios para atender a la población en riesgo o de quienes más lo necesiten.
Sin dilaciones, los sintomáticos deben aislarse de manera temprana para romper las cadenas de transmisión de ómicron, cuyo periodo de incubación es de 72 horas o menos. Las escasas pruebas por la explosión de contagios tienen que reservarse para adultos mayores, enfermos crónicos o menores de tres años. Sin embargo, quienes presenten señales de alarma –independientemente de su edad o estatus de vacunación–, más que prueba, deben buscar atención médica urgente. Es irrefutable que el riesgo de hospitalización y muerte por covid-19 se incrementa con la edad, pero los no vacunados –a partir de los 30 años– tienen de 4 a 9 veces más posibilidades de fallecer si enferman.
Ante la oleada de ómicron o de próximas variantes, la diferencia entre el riesgo de complicarse y morir radica en protegerse con vacunación periódica, una vez la inmunidad decaiga. Es la realidad de lo que enfrentamos. Aún es prematuro vislumbrar un escenario distinto en el que la covid circule sin más. Hasta entonces, conviene estar preparado, ahora que tenemos con qué.