El descenso de casos positivos de covid en Colombia, al igual que en el resto del mundo, en parte por la propia dinámica de sus oleadas, así como por el avance de la vacunación, indica que la pandemia empieza a estabilizarse, lo que abre la puerta a que sea declarada como una endemia que requerirá vacunación cada cierto tiempo. Calcular su propagación futura es la clave de este alentador proceso, no exento de dificultades debido a que la transmisión del virus se mantiene. Por tanto, ninguna prevención está de más.
El Instituto Nacional de Salud (INS) trabaja sobre el tema, aunque la Organización Mundial de la Salud (OMS) también tendrá mucho que decir, porque aún no declara el cierre de esta crisis sanitaria global que ya entró en su tercer año.
Mientras tanto, la entidad pone su foco de manera acertada en la construcción de un nuevo instrumento internacional para encarar las nuevas pandemias que la humanidad tenga que enfrentar en el futuro. Evitar cometer los mismos errores que desdibujaron el rumbo inicial de la actual emergencia, de la que aún se desconocen aspectos clave sobre su origen, por ejemplo, se convierte en uno de los incentivos de este trabajo imprescindible para el correcto avance de la salud pública.
Sin ninguna duda, el mundo no estaba preparado para una pandemia. Pero también es cierto que la lenta respuesta o reacción de la OMS durante los primeros meses de la crisis sanitaria en 2020 no solo dificultó la adopción de medidas para evitar la propagación mundial de los contagios, sino que envió mensajes contradictorios que causaron confusión y entorpecieron la comprensión de miles de millones de ciudadanos sobre la gravedad de lo que estaba ocurriendo.
Claramente el organismo falló porque en vez de usar sus propias evaluaciones de riesgo, decidió esperar la aprobación de los países afectados, entre ellos China, señalado de manipular la información sobre el virus, para empezar a actuar.
Al volver la vista atrás, a las últimas semanas de 2019, difícilmente se conocerá toda la verdad de lo que sucedió durante esos primeros momentos de la enfermedad en Wuhan. Pero, al margen de ello, tampoco el mundo supo actuar de manera colectiva, articulada y coherente para advertir la catastrófica evolución de la pandemia en aspectos sociales y económicos.
Ausente de un liderazgo fuerte, la comunidad internacional dio demasiados pasos en falso que aún pasan factura, sobre todo a los países más vulnerables donde la vacunación continúa penosamente rezagada. Liberar las patentes de las vacunas sigue siendo un tema tabú que no logra una respuesta solidaria debido a la falta de voluntad política de las grandes potencias, pero principalmente por el desinterés de las poderosas compañías farmacéuticas que no están dispuestas a renunciar a su propiedad intelectual para aumentar la producción y aumentar la cobertura.
A todo ello hay que sumarle la falsa dicotomía entre la innegociable necesidad de proteger la vida y la de salvaguardar la economía que impidió tomar decisiones oportunas, al inicio de esta crisis, sobre restricciones en materia de comercio, viajes o cierre de actividades productivas.
Está claro que sin equidad vacunal ni suficiente financiación para ofrecer mejor respuesta global a la pandemia, deshacerse del virus tomará más tiempo del deseado.
Todo lo anterior debe ser tenido en cuenta ahora que la OMS se prepara para abordar la discusión de un tratado mundial sobre pandemias que sentará las bases para la prevención, preparación y respuesta a futuras emergencias de salud globales. Aunque no deja de ser un paso importante, llegar a un acuerdo podría ser realmente complejo por los intereses en juego que, como demostró la actual pandemia, obstaculizan la cooperación, la transparencia o los intercambios de información en tiempo real, por ejemplo.
Lograr una regulación internacional que propicie cambios en los sistemas de salud globales no puede tomar años. Nadie sabe cuándo o cómo podría llegar la próxima pandemia.
Fortalecer la seguridad sanitaria mundial no da espera.