El viacrucis de la comunidad educativa de la Escuela de Bellas Artes, de la Universidad del Atlántico, se aproxima a su estación final. Su calvario había comenzado en junio de 2017, cuando parte del techo y varias paredes de la edificación se desplomaron, tras la caída de uno de sus muros, lo que provocó serios destrozos en los salones de música. No era la primera vez que las instalaciones de la emblemática construcción, situada en el barrio El Prado de Barranquilla, afrontaban emergencias locativas. Seis años atrás, se había derrumbado el aula de grabado de la facultad de Artes Plásticas, que fue reparada. Sin embargo, este incidente que, afortunadamente, no dejó personas lesionadas tampoco sería el último que revelaba el deterioro del complejo.

Nueve meses más tarde, en marzo de 2018, colapsó el techo de otra área de la sede. En esa ocasión fue la del salón Pedro Biava, donde las envejecidas vigas de madera y parte de la base de concreto que sostenía la cubierta se vinieron abajo. Como había ocurrido antes, comisiones de expertos ofrecieron elaborados diagnósticos sobre lo que resultaba evidente a simple vista. La humedad, el comején y la antigüedad, ¡cómo no sí tenía casi 80 años!, afectaron el armazón de madera que no daba para más. Grietas por fuera de las paredes y rupturas en el interior de los muros ponían de manifiesto los irreversibles daños de la estructura.

Seguir adelantando intervenciones puntuales para resolver una crisis de semejante magnitud era como gastar pólvora en gallinazos. Sin garantías para su seguridad, los estudiantes no pudieron volver. El colofón de esta historia de dejadez, desidia, indolencia y abandono alrededor de tan invaluable patrimonio arquitectónico de la ciudad, llegó por cuenta del cierre del Museo de Antropología de la Universidad del Atlántico, pocos días después. Por consiguiente, los visitantes, en especial los niños, dejaron de acudir.

Fue así como Bellas Artes, durante años, se marchitó, delante de muchos testigos. De quienes pudieron ver, pero decidieron cerrar los ojos y ser cómplices de la apatía colectiva; de quienes cínicamente prefirieron mirar hacia otro lado para no ser convocados a encontrar soluciones, y de quienes conscientes del colapso en ciernes poco pudieron hacer para evitarlo. Salir de aquel marasmo costó dios y ayuda. Empantanada por las desafortunadas gestiones de sus directivos, la Universidad del Atlántico, uno de los referentes de la educación superior pública en Colombia, permaneció los últimos años en un penoso estado de postración. La irrupción de la pandemia lo hizo todo aún más complejo, con lo que apenas hasta ahora se despeja el camino para la nueva melodía que merece ser escuchada en sus renovados espacios.

Elsa Noguera lo ha hecho posible. La gobernadora aseguró los recursos, que no son pocos, $32 mil millones en total, de los cuales $8 mil millones corresponden a fondos de la universidad. Tras un primer intento fallido en enero de 2021, la mandataria le metió el acelerador al proyecto, recibió el aval del Ministerio de Cultura, necesario porque este es un bien patrimonial, y con su equipo lo adjudicó a finales de 2021. Ahora sí, la restauración de los cuatro bloques del complejo es real. En los próximos 14 meses, se intervendrán seis áreas para devolverle todo el esplendor a la Facultad de Bellas Artes que, sus más de 1.200 estudiantes, reclaman con insistencia. Ellos también son grandes protagonistas de este significativo momento en el que su perseverante lucha se ve coronada. No solo porque las obras arrancan por fin, sino porque sus propuestas fueron atendidas. Aún no es tiempo de bajar la guardia, deben ser veedores de este proceso para que contratista e interventor cumplan a cabalidad con los términos acordados.

Bellas Artes es una joya patrimonial que debe brillar como referente cultural del Caribe colombiano. Se lo debemos al viejo y querido edificio de la calle 68 con carrera 53, tan oscuro y deslucido como se encuentra en la actualidad. Es momento de encauzar todos nuestros esfuerzos, tanto los de actores públicos como privados de Barranquilla y el Atlántico, para abrir, literalmente, las puertas de nuestros escenarios culturales, cuyo extraordinario valor inestimable nos permitirá seguir construyendo progreso en todo sentido.