Las fuertes lluvias, tormentas eléctricas, granizadas y vendavales extendidos por casi todo el territorio nacional pronostican una dura temporada invernal. Si no se adoptan acciones preventivas de carácter inmediato volverán a ser inevitables las dolorosas tragedias que, año tras año, acaban con la vida de decenas de personas. Cada una de ellas nos debe recordar la enorme tarea que aún tenemos por delante para disminuir la vulnerabilidad de nuestro país ante el embate de los fenómenos meteorológicos, los habituales y, por supuesto, los extremos frente a los cuales aún tenemos mucho por hacer en temas de adaptación y mitigación al cambio climático. Sobre todo en las costas Atlántica y Pacífica, donde las condiciones de extrema pobreza de su población la llevan a asentarse en zonas de elevado peligro.
Hasta el momento, el balance de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (Ungrd) confirma 28 personas muertas, 45 heridas, cerca de 5.200 familias damnificadas, 2 mil viviendas averiadas y 107 destruidas, en municipios de 19 departamentos, principalmente en el interior del país, donde ha llovido más intensamente durante los últimos 40 días. Aún quedan, por lo menos, 8 semanas de fuertes precipitaciones antes de finalizar esta primera temporada y ya el 59 % del territorio nacional registra algún tipo de afectación por el impacto de casi 300 eventos relacionados con el invierno.
Esta circunstancia debe ser motivo de especial preocupación por parte de la institucionalidad ambiental y del Sistema Nacional de Prevención y Atención de Desastres debido a la inminencia de nuevos deslizamientos o derrumbes en zonas de ladera por los suelos saturados de agua. También está el riesgo de crecientes súbitas e inundaciones como consecuencia de ríos con niveles cada vez más altos por causa de las incesantes lluvias. Entre ellos, el Magdalena desbordado en Puerto Wilches, apenas en el inicio de este mes y mucho antes de lo esperado. Tragedias reiterativas que borran o desplazan a pueblos enteros.
En el Caribe colombiano, los primeros aguaceros causaron emergencias menores en Barranquilla, Cartagena y Santa Marta por encharcamientos en las vías, lo que dificultó la movilidad en determinados sectores. Puntualmente en municipios del Atlántico y en su capital las lluvias originaron suspensiones del servicio de energía que desataron, como no podría ser de otra manera, disgusto entre la ciudadanía e incluso protestas callejeras. Air-e reconoce las fallas, ofrece excusas y anuncia el incremento de su operatividad con más brigadas para atender los daños. Es una medida necesaria para recuperar confianza frente al comprensible malestar de usuarios que le aseguraron a EL HERALDO sentirse “reviviendo fantasmas del pasado”. Superar los problemas estructurales de la red eléctrica demanda tiempo, además de cuantiosas inversiones, pero sobre todo paciencia y esa es la que más falta cuando se va la luz.
Caso aparte es el drama que padecen los habitantes de Sucre y Córdoba, donde el rompimiento del río Cauca, a la altura del sector Cara ’e Gato, en agosto de 2021 y aún sin solución definitiva, ha provocado nuevas inundaciones en las subregiones Mojana y San Jorge, además de deserción escolar en zona rural de Ayapel. En estos departamentos, las comunidades en general, y en particular sus agricultores y ganaderos, han pasado de la desesperación a la indignación y viceversa a lo largo de los últimos 8 meses, en los que no han podido salir de su profunda crisis socioeconómica. Hoy vuelven a ver llover sobre mojado, quién sabe por cuánto tiempo, mientras sin mayores esperanzas denuncian los sucesivos incumplimientos de los compromisos adquiridos por el Gobierno nacional. ¡No hay derecho!
En abril lluvias mil, eso está claro. Es el ciclo habitual de la naturaleza, aunque también es cierto que a raíz del calentamiento global enfrentamos eventos climáticos extremos, cada vez más frecuentes. Sin más dilaciones, tenemos que actuar para ponerle freno a la deforestación, la emisión de gases contaminantes o la destrucción de ecosistemas naturales. También urge trabajar en una adecuada planificación del territorio, en labores de reforestación y recuperación de cuerpos de agua, y en la reconversión de los modelos de producción insostenibles. Si no cambiamos nuestros comportamientos individuales y colectivos para reconducir esta debacle, seguiremos soportando las devastadoras consecuencias de las futuras tragedias invernales. Está en nuestras manos ser parte de la solución o repetir esta triste historia.