El bicitaxismo en el sur de Barranquilla, como el motocarrismo en Soledad –del que nos ocupamos hace unos días en este mismo espacio– es un indicador bastante evidente de las deficiencias de cobertura que afronta nuestro sistema de transporte público, tanto en alcance como en frecuencias. Uno de esos males estructurales que pese a las acciones acometidas por las autoridades en los niveles nacional y local, no logra ser resuelto del todo, porque va acompañado de una realidad socioeconómica de aún más compleja solución: el intrincado fenómeno de la pobreza asociado a la informalidad laboral que castiga mayormente a los grupos más vulnerables (jóvenes, mujeres, población migrante y adultos mayores).

Desmontarlo o desaparecerlo, como si se tratara de un ‘apaga y vámonos’, no es tan factible como muchos estiman. Sobre todo, en los actuales momentos cuando las economías de los hogares de estratos 1, 2 y 3, todavía duramente golpeadas por el impacto de las crisis derivadas de la pandemia, sufren el embate de una carestía galopante. Insistir en ello es, por lo menos, ingenuo, aunque las normas así lo estipulen. Esta alternativa de transporte informal lleva tanto tiempo siendo parte de la cotidianidad de familias sin otras opciones de trabajo y cubriendo las necesidades de movilizarse de quienes demandan un servicio de fácil acceso y bajo costo que, a pesar de sus factores en contra, y ciertamente son muchos, no halla una salida.

La solución debería llegar por donde quedó planteada hace un tiempo, luego de que el Ministerio de Transporte emitiera la resolución 3256 de 2018 para formalizar su uso. Los términos para hacer del bicitaxismo una actividad confiable e idónea, garantizando un modelo de negocio que beneficie a quienes lo prestan y otorgue mínimas condiciones de seguridad –tanto a sus conductores como a los pasajeros– quedaron planteadas en el documento que se concertó con los representantes del sector. Pero, ese primer ejercicio de regularización quedó a medias, porque no se siguió avanzando en aspectos centrales relacionados con su operación, entre otros. Responsabilidad compartida, no asumida del todo, por el propio ministerio y las secretarías de Tránsito de los territorios donde circulan los vehículos. Su inmovilización o las sanciones económicas para quienes los manejan no pueden ser las únicas alternativas posibles para abordar un desafío que también tiene una dimensión social, de seguridad vial y de salud.

Mientras más se dilate este proceso, será realmente difícil resolver las múltiples problemáticas alrededor del bicitaxismo: desde la carencia de documentos y permisos para su funcionamiento hasta la falta de capacitación de los conductores que no cuentan con ninguna protección social, pasando por la ausencia de los elementos necesarios y conceptos básicos de seguridad vial para el ejercicio adecuado de su oficio. Si esto no se soluciona, mediante una articulación consensuada entre los sectores vinculados (Mintransporte, Distrito, Policía de Tránsito, asociaciones de bicitaxistas) la circulación desordenada de estos coches continuará provocando caos en el tráfico y graves riesgos de accidentalidad para los actores viales. Además, de precariedad socioeconómica para quienes pedalean hasta 12 horas diarias, recibiendo apenas un reducido porcentaje de las ganancias por la informalidad en la que deben trabajar. Consecuencias del cupo, tarifas, arriendos y hasta ‘peajes’ de la ilegalidad para dejarlos circular.

El transporte público de Barranquilla y sus municipios vecinos que evoluciona hacia una verdadera integración, a través de sus componentes troncal y zonal con la implementación del sistema inteligente de recaudo –Sibus– en el TPC, no puede subestimar por más tiempo la existencia del bicitaxismo. Incorporarlo a su operación generaría recursos para ayudar a cubrir el enorme déficit financiero o el hueco fiscal del sistema. Pretender que siga funcionando sin ofrecer soluciones de fondo a las causas que lo originan no es sostenible: la informalidad en el transporte no es simplemente un asunto de movilidad, sino de hambre.