Nada está definido aún de cara a la segunda vuelta presidencial del 19 de junio en Colombia. Ni el candidato del Pacto Histórico, Gustavo Petro, vencedor el 29 de mayo con sus 8,5 millones de votos, tiene el triunfo asegurado; ni el aspirante de la Liga de Gobernantes Anticorrupción, Rodolfo Hernández, también ganador al convertirse en el fenómeno político más relevante de los últimos años en el país alcanzando casi 6 millones de sufragios, puede dar como suyos la totalidad de los 5 millones de votos obtenidos por Federico Gutiérrez, del Equipo por Colombia, quien –tras reconocer la derrota– anticipó su respaldo al ex alcalde de Bucaramanga. El hecho es que la contienda electoral se encuentra abierta o, en otras palabras, rabiosamente viva y ambos tienen, pese a su marcada diferencia de votos –más de 2,5 millones a favor del senador de la Colombia Humana–, la posibilidad de convertirse en el futuro presidente.
De lo estratégico de sus movimientos políticos en clave de alianzas y adhesiones a lo largo de estos cruciales días dependerá la llegada de decisivos respaldos que logren traducirse en votos reales, imprescindibles para asegurar la victoria esperada. Lo demás solo son buenas intenciones. Los primeros en moverse fueron algunos de los miembros más representativos de la Centro Esperanza que, luego de su cantada debacle electoral, se unieron a las toldas del petrismo. Entre ellos, el exministro Luis Gilberto Murillo, candidato a la Vicepresidencia de Sergio Fajardo, reivindicando la “construcción del país de la paz, la tranquilidad y el futuro”. También lo han hecho otros exministros del Gobierno de Juan Manuel Santos.
Era bastante previsible el desmantelamiento inmediato de la formación de centro constituida para aglutinar a ciudadanos hartos de la pugnacidad política con la que sin tregua se enfrentan la derecha y la izquierda en este país. Sin embargo, ni coalición ni esperanza. La alianza de distintos sectores antipetristas, no todos cercanos ideológicamente, fracasó por sus propias diferencias ventiladas en inapropiados espacios públicos, tanto físicos como digitales, con la misma ferocidad con la que se retan uribistas y petristas cada poco. Craso error que terminó por ahuyentar a los moderados, dejándolos a medio camino. Buena parte de quienes respaldaron las banderas de la lucha anticorrupción que catapultaron a Fajardo en la primera vuelta de 2018 fueron recogidas por Hernández, visto como una alternativa posible frente al clientelismo rampante. Sus casi 6 millones de votos así lo atestiguan.
La Colombia independiente, la del voto libre o de opinión que abrazó a Fajardo hace cuatro años se volcó hacia el ingeniero que habla sin pelos en la lengua, el de la campaña austera que conectó con el querer social del electorado a punta de videos en redes sociales, logrando una audaz comunicación directa con el electorado, sin debates ni discursos en plaza pública, con lo que rompió el paradigma de la política tradicional ejercida por partidos o grupos élite habituados al poder. Hernández, fiel a su estilo desparpajado –para qué cambiar con los resultados obtenidos, dirán algunos– anuncia que recibe apoyos, pero no se compromete con nadie. Tampoco con el uribismo, del que se desmarca totalmente, asegurando que se le dio un “entierro de primera” el pasado domingo. Sabe que ahora convertido en el dique de contención de la izquierda el voto antipetrista llegará solito. ¿Lo suficiente para asegurarle su llegada a la Casa de Nariño? Eso está por verse. Hernández, para sumar, debe ser consciente de que tiene que mostrarse más y profundizar en sus propuestas que, por simples y populistas, no a todos convencen.
En la Costa, excepto en Cesar, quedó por detrás de Petro y Gutiérrez. Poco lo conocen y si se mueve bien, al margen de que las maquinarias se acomoden a su favor, aquí podría conquistar votos. El candidato del Pacto Histórico también dedicará esfuerzos a aumentar su importante caudal electoral en el Caribe, más allá de que analistas insistan en que tocó techo. Las dos campañas apuntarán a conseguir el voto de los abstencionistas. Fortalecido con sus nuevos aliados, Petro ya le imprime su sello personal a la campaña con un lenguaje combativo que ha puesto en evidencia las debilidades de su rival que, salvo desenlace imprevisible, no se someterá al esperado cara a cara con el curtido dirigente de izquierda. Pese al universo que hoy parece distanciarlos, Petro y Rodolfo encarnan –a su manera– el mismo anhelo de cambio expresado por millones de colombianos que en las urnas castigaron los vicios de la política tradicional desacreditada, como nunca antes, por sus propias acciones. En el juego democrático en curso todo podría suceder.