La recta final de la campaña electoral, a menos de dos semanas de la segunda vuelta presidencial, deja escenas inéditas protagonizadas por los candidatos en contienda que buscan a como dé lugar inclinar la balanza a su favor. Mientras Gustavo Petro se acerca a las comunidades, durmiendo en la casa de un pescador en Tolima, visitando a una familia de silleteros en Santa Helena o jugando un partido de futbol en Bogotá; Rodolfo Hernández, como un hincha más, acompaña en el estadio al Atlético Bucaramanga durante un juego de la liga, cuando no está participando de un Facebook live o grabando piezas para las redes sociales, en las que es todo un fenómeno digital. Lo casual, dirían los estrategas de las campañas que afinan a diario sus nuevas acciones, apelando a la razón y a la emoción, para seducir a los aún indecisos, a los abstencionistas persistentes y a quienes, visto lo visto, han anunciado que votarán en blanco. Una expresión democrática que, valga precisar, no beneficia a nadie en particular y que empieza a convertirse en una opción válida para muchos ciudadanos que no se sienten representados.
Las distintas encuestas reveladas en los últimos días muestran hechos significativos que no se pueden pasar por alto. Gustavo Petro y Rodolfo Hernández suman en intención de voto, pero no lo suficiente para marcar una importante diferencia que les asegure un triunfo holgado. En consecuencia, la pelea aparece bastante pareja. Es más, el ex alcalde de Bogotá ya no lidera los sondeos con la amplia ventaja que siempre mantuvo de cara a la primera vuelta, aunque sigue firme en sus bastiones electorales. Como se veía venir, el ingeniero se quedó con el departamento de Antioquia, confirmando que buena parte de la votación de Federico Gutiérrez, vencedor indiscutible el pasado 29 de mayo en esa región, se alineó a su lado. Así también sucedió con un porcentaje de los sufragios de Sergio Fajardo, pese a que no se concretó un acuerdo programático entre el centro y el proyecto político que lidera el ex alcalde de Bucaramanga.
Dependiendo de la firma consultora, tanto el aspirante del Pacto Histórico como el de la Liga de Gobernantes Anticorrupción cantan victoria, pero aún nada está finiquitado, a tal punto que a cualquiera de los dos en la puerta del horno se le puede quemar el pan. Ciertamente, las adhesiones o alianzas, al igual que sus desaciertos o salidas en falso, e incluso las de sus seguidores que han arreciado las campañas de descrédito hacia su rival en las redes sociales –nuevo escenario del todo vale entre las barras bravas petristas y rodolfistas–serán determinantes frente a los electores sin una decisión tomada. En otras palabras, cada acción cuenta en este remate de infarto en el que el factor sorpresa podría ser definitivo.
Sin los decisivos debates televisados ni los baños de masas en plazas públicas a los que solían acudir los candidatos presidenciales para demostrar su fortaleza o arraigo popular, las propuestas deberían al menos cobrar peso, así como los gestos con los que los candidatos quieren atraer votantes, más allá de las mismas alianzas o adhesiones individuales o colectivas, que no pasan de ser simbolismos. Petro y Hernández son dos caras de una misma moneda que pone en valor un cambio de modelo político, económico y social en el país, defendiendo la ejecución de reformas fundamentales. Pero aunque encarnan el mismo anhelo de renovación expresado en las urnas por millones de ciudadanos, sus posiciones se sitúan distantes en asuntos sustanciales como la transición energética, la eliminación de las EPS, el sistema de pensiones, temas de seguridad y de defensa nacional, propuestas de reforma tributaria, visión de género y un largo etcétera que merecería ser consultado en detalle por los todavía indecisos.
Votar entero, o hacerlo con sectarismo u odios no debería ser su única opción, a pesar de que las opciones sean tan reducidas. En definitiva, nos enfrentamos a un escenario de alto riesgo, o lo que es lo mismo, a un desafío democrático que exige tomar una posición a conciencia, de la manera más informada posible y asumiendo las consecuencias de cualquier resolución sin perder de vista el futuro compartido del país.