¿En qué momento la muerte de los niños por hambre en la Costa se volvió paisaje? El Banco de Alimentos acaba de revelar que 114 menores entre los cero y cinco años fallecieron por desnutrición en cuatro de sus departamentos en lo que va de 2022 y, hasta ahora, no se ha conocido una reacción, pronunciamiento o respuesta oficial de ninguna naturaleza. Ni siquiera un lamento, pese a que resulta realmente difícil, por no decir imposible, encontrar en el horizonte otro dato más demoledor que este. Como sociedad, por un asunto de mínima humanidad, no debería costarnos tanto entender la dimensión de la catastrófica realidad que sigue diezmando a lo más valioso que tenemos: nuestra infancia, y frente a la que no cabe permanecer en un silencio tan insensible e indolente que más bien parecería expresar un desprecio absoluto por la vida de quienes son, evidentemente, los más frágiles de nuestra especie.
La muerte de 55 menores de primera infancia en La Guajira, 23 en Cesar, 21 en Magdalena y 15 en Córdoba viene a confirmar la existencia de una gravísima crisis de seguridad alimentaria dentro de la profunda crisis de pobreza monetaria y desigualdad, recrudecida por la pandemia y ahora por la inflación, que sufre más del 51 % de los habitantes de Riohacha, Santa Marta o Valledupar, según la medición del Dane en 2021. Es alarmante que en la Costa el 12,1 % de los niños padezca desnutrición aguda, una condición que debilita su sistema inmunológico, poniéndolos en riesgo de enfermar y morir, mientras altera gravemente su desarrollo físico y cerebral. Es sabido que si no se actúa a tiempo la fragilidad de las víctimas del hambre, sobre todo a edades tan tempranas, puede llegar a ser irreversible y por tanto irrecuperable.
Encontrar una salida del laberinto del hambre es ciertamente duro, pero no irrealizable. Con una perspectiva tan sombría como la actual, es preciso revisar todas las estrategias de lucha contra la pobreza, desde el monto de los programas sociales hasta la adopción de planes con enfoque territorial, pasando por la puesta en marcha de nuevos proyectos para crear empleo digno. Lo cual no será sencillo en medio de las dificultades fiscales vigentes, pero también es cierto que la complejidad de factores en el horizonte amenaza con golpear con más fuerza a los hogares en riesgo, ensañándose con crueldad con el 54 % de hogares que afronta inseguridad alimentaria en el país, los 560 mil menores con desnutrición o los más débiles de la población migrante. La escalada de precios, producto de agentes externos, como la subida del dólar, e internos, como el aumento de los combustibles o los efectos del invierno, intensificará la precariedad de los más necesitados, especialmente si la tormenta perfecta se prolonga por largo tiempo.
Carece de sentido no reconocer la gravedad de estos hechos que están más allá de cualquier controversia política. Este es el primer paso que los gobiernos locales deberían dar para sumar esfuerzos que les permitan empezar a darle la vuelta a una penosa situación que no se puede tolerar bajo ninguna circunstancia. Ocultar la crisis del hambre o tratar de matizarla para evitar estar en el ojo del huracán no es sensato. Menos ahora, cuando erradicar el alcance de esta tragedia que condena a los más pobres a una vida de privaciones será prioridad en el nuevo gobierno. Siendo honestos, a excepción de escasas experiencias exitosas, las acciones para reducir el hambre son insuficientes. Más en una nación como la nuestra donde el conflicto armado, las distintas formas de violencia, los fenómenos meteorológicos extremos o la variabilidad climática contribuyen a escalar esta abrumadora problemática.
Basta de recelos hacia realidades inobjetables, mientras el hambre que sigue ahí, como si nada, hace mella en nuestros niños. Con un llamado de atención a la acción colectiva, unámonos para salvar vidas en los territorios con inequidades históricas y carencias permanentes, como los de la Costa. Nada distinto a lo que pasa en el resto del mundo, donde 2.300 millones de personas, el 30 % del total global, soportan inseguridad alimentaria severa, poniendo una perturbadora distancia al irrenunciable objetivo de alcanzar Hambre Cero para 2030.