Por última vez, el presidente Iván Duque instaló el Congreso de la República. Se daba como un hecho que su intervención ante los parlamentarios elegidos el pasado 13 de marzo, la mayoría de ellos en absoluta oposición a su Gobierno, resultara extremadamente tensa.

Razones había de sobra para anticipar que el balance final que ofrecería sobre su gestión de cuatro años desataría duros cuestionamientos de buena parte de los asistentes, muchos de los cuales han sido fuertes críticos de su mandato. Sin embargo, lo ocurrido en el recinto del Salón Elíptico del Capitolio Nacional, desde el primer momento en el que el jefe de Estado hizo presencia, superó –para mal– todas las expectativas, sobre todo las más desafortunadas.

Atónitos, los ciudadanos fueron testigos de un bochornoso espectáculo que puso al descubierto –otra vez– los desconcertantes fanatismos políticos que erosionan la democracia colombiana, aquejada desde hace tiempo de un clima tóxico que se torna por momentos irrespirable.

Más allá de la hondura de las diferencias que, ciertamente, los recién estrenados congresistas de oposición –futura coalición oficialista a partir del 7 de agosto– mantienen con el Ejecutivo saliente, ninguno de ellos debería olvidar que, a la hora de expresarlas o tramitarlas, prevalecen principios irrenunciables que no conviene dejar de lado.

El respeto a los otros es uno de ellos. Los abucheos, burlas e interrupciones al contrario, en este caso al presidente Duque durante su discurso, no pueden ser reivindicados como un acierto de los sectores políticos que los promovieron.

La desazón que dejó, en muchos ciudadanos, la caótica instalación del Congreso, en la que ni siquiera la oposición pudo intervenir para ejercer su derecho a réplica, en medio de una insoportable algarabía, señalamientos de supuestos saboteos y falta de garantías, contribuye a debilitar aún más la negativa imagen que se tiene del Congreso y de sus representantes.

La salida del mandatario del recinto, como en años anteriores, agitó aún más las turbulentas aguas.

Si bien es cierto que los mensajes del discurso del presidente Iván Duque, en asuntos claves como la implementación del Acuerdo de Paz, las acciones a favor de la equidad de jóvenes o la controversial frase “justicia en el campo sin expropiaciones”, una de las muchas pullas que lanzó a su sucesor, indignaron a los parlamentarios de oposición que las encontraron desacertadas, desafiantes y hasta mentirosas, los debates en una sociedad democrática como la nuestra deben darse con altura. Mucho más si estos se producen en el escenario de las leyes.