Esta semana se conocerá un dato económicamente preocupante. El de la inflación anualizada que de acuerdo con las distintas proyecciones –la del propio Dane y las de reconocidos centros de investigaciones- se encaramaría a dos dígitos en el mes de julio hasta alcanzar el 10,02 %, marcando un nuevo máximo en los últimos 22 años. Esto en el conjunto nacional, porque en la mayoría de las ciudades de la Costa debido a la insufrible circunstancia de las tarifas de los servicios públicos, la inflación anual superó esa barrera sicológica del doble dígito desde antes. Claramente, el impagable costo de vida sigue sin encontrar tope, como efecto de la desbocada carestía de los insumos o materias primas que presionan al alza el valor de muchos productos de la canasta familiar, principalmente de los alimentos. Entre ellos, los que hacen parte de la dieta diaria de los hogares del Caribe, como el pan o la yuca.

A tenor de las quejas recogidas por EL HERALDO en panaderías, tiendas y plazas de mercado de la región, el creciente deterioro de su capacidad adquisitiva continúa siendo la principal preocupación de la ciudadanía que mes tras mes ve menguados sus ingresos e incluso, sus ahorros. Situación invariable desde finales del año pasado que, de acuerdo con nuestra visión, resulta cada vez más crítica, pese a los alentadores reportes del mercado laboral que sigue recuperándose o al aumento del pronóstico de crecimiento económico que oscilaría entre 6,3 % y 6,9 % al final del año, según la reciente revisión del Banco de la República, que por cierto acaba de subir otra vez la tasa de intervención, llevándola ahora hasta el 9 %, para contener la desenfrenada inflación. Una tendencia mundial que tampoco toca techo, anticipando más crisis socioeconómicas internacionales por el impacto de un conflicto estancado e incierto.

Mientras la guerra del presidente ruso Vladimir Putin contra Ucrania persista, no será posible estabilizar los precios globales del trigo, insumo fundamental para la elaboración del pan, lo que afecta su disponibilidad. Estas dos naciones son grandes exportadores del cereal y aunque Colombia lo trae primordialmente de Estados Unidos y Canadá, la volatilidad en el valor del producto afecta toda la cadena. En este sentido, el alza en el precio de la harina de trigo responde a una coyuntura internacional, real y hasta comprensible. Lo que no es fácil de entender es lo que pasa con el azúcar, producto nacional que en los últimos 9 meses ha subido más de 41 % y, además, escasea. Lo mismo ocurre con la leche en polvo o los huevos, entre otras materias primas. El resultado de esta compleja realidad deja a las panaderías de barrio, las más afectadas por los elevados costos, y a los consumidores en una sin salida.

Como se acabó el pan barato, el de $200 o $300, hoy el de menor valor es el de $500 y subiendo, las ventas se han desplomado. En los sectores más populares, las familias no tienen cómo estirar todavía más el dinero y deben modificar a la fuerza sus patrones o frecuencia de consumo, lo que a la larga también impacta sobre su seguridad alimentaria. Con la yuca, en Sucre o Córdoba, sucede algo similar. A pesar de que estos departamentos producen el 50 % de los 2 millones de toneladas que se cultivan al año, el tubérculo –tanto el dulce para consumo humano como el amargo para uso industrial- falta, lo que ha disparado su valor a niveles históricos. Detrás de la senda alcista que tiene de cabeza a los sabaneros aparecen dos factores sin perspectiva de mejorar en el corto plazo. Por un lado, el alto valor de los insumos, sobre todo los importados, y por otro, las inundaciones en las zonas de cultivo, consecuencia del invierno que volverá con fuerza en los próximos meses en su segunda temporada.

Quién siembra bajo condiciones tan hostiles se preguntan los productores, mientras la industria de los amasijos –la del pan de bono, almojábanas o pan de yuca- sufre el desabastecimiento del almidón, uno de sus principales componentes. Todo lo anterior dispara los precios en una escalada de encarecimiento que termina golpeando al consumidor final, como si se tratara de fichas de dominó. Ninguna de estas prolongadas crisis tiene fácil ni rápida salida. Se necesitarán muchos caminos de ida y vuelta, así como esfuerzos de distintos sectores para ofrecer garantías reales a campesinos y propietarios de pequeños negocios, a punto de tirar la toalla por la pérdida de sus márgenes de rentabilidad. La presión de los precios es implacable, el gobierno de Gustavo Petro debe tomar atenta nota.