La imagen del conductor de Transmecar, John Pardo, derrumbándose en su silla tras ser herido de muerte por un joven de apenas 21 años que a sangre fría le disparó en dos ocasiones, cuando este le hizo la parada en la entrada del barrio Manuela Beltrán, en Soledad, nos confirma lo mucho que hemos tocado fondo. Lo cual resulta paradójico porque al llegar al límite de una situación tan extraordinariamente mala, como la miserable racha de asesinatos de transportadores –tres en menos de 10 días-, se da por descontado que deberíamos volver de inmediato a la superficie. Sin embargo, a juzgar por los manifiestos antecedentes de este irresoluble problema en el Atlántico, no existe certeza de que así será.

Podremos superar, como en ocasiones anteriores, las amenazas, intimidaciones e incluso los crímenes de la actual crisis, lo cual es un imperativo categórico, gracias a la batería de medidas puesta en marcha por la fuerza pública, en respuesta a la exigencia de las autoridades locales, para acompañar, primordialmente, la labor imprescindible de los conductores de buses en el área metropolitana de Barranquilla. Pero, acabar con el trasfondo de la extorsión, situación tan descomunal como sobrediagnosticada, con la que han lidiado las últimas tres administraciones distritales en conjunto con gobiernos nacionales y sus respectivas líneas de mando, sin determinantes progresos sostenidos en el tiempo para consolidar su erradicación definitiva, al menos de momento no parece tan claro.

Han sido demasiadas las acciones cortoplacistas o las promesas vacías e incumplidas a las incontables víctimas de un infame delito que en el Atlántico, a diferencia de los patrones habituales reportados en otras regiones, suele ensañarse con los eslabones más frágiles de la economía o de los sectores informales, como los vendedores estacionarios, las chanceras, los pequeños tenderos y, por supuesto, los conductores de buses: la cara visible de las empresas de transporte. No se requiere mucho análisis ni consejos de seguridad para entender que son personas extremadamente vulnerables, a quienes en algunos casos, les cobran ‘vacunas’ que no superan los $5 mil diarios ¿Por qué el Estado o la institucionalidad no ha sido capaz de protegerlos de criminales que los someten a despojos o expolios cotidianos que con el tiempo los empobrecen cada vez más? Se les ha dejado solos con su angustia, rabia e impotencia.

Cuesta comprender cómo es posible que 20 años después de las primeras presiones extorsivas de bandas delincuenciales o de los asesinatos iniciales de conductores en 2012, a manos de exparamilitares que conformaron grupos armados, como los ‘Costeños’ o los ‘Rastrojos Costeños’, este crimen continuado siga siendo el principal sostén de poderosas estructuras de mafia organizada vinculadas a carteles transnacionales. En el fondo, son ellos, los de siempre, quienes desatan cada cierto tiempo la enésima crisis de seguridad en Barranquilla, Soledad o el resto del área metropolitana. Lo único que cambia es el rostro del responsable del pandemónium de turno o el sitio donde se encuentra. De hecho, en estos momentos las autoridades insisten en que están presos, encerrados en ‘celdas frías’ en las que, mira por dónde, nunca les faltan celulares de alta gama a través de los que imparten macabras órdenes a sus esbirros. Otras operaciones criminales se cuecen supuestamente allende las fronteras, en Venezuela.

La sombra de los jefes de estas organizaciones criminales es demasiado alargada. Nos gana el temor. De eso no hay duda. Al fin y al cabo, a propagarlo le apuestan los violentos. También manda la incredulidad hacia las autoridades, tanto o más que la insolidaridad con las víctimas de las extorsiones. Lamentable asunto que se volvió paisaje, por lo que se nos hace inexcusable entender que el miedo se tiene, pero la cobardía se elige. Esta no solo es una cuestión de carencia de efectividad de los gobernantes o de los comandantes de la fuerza pública, a los que muchas veces se les dificulta actuar con mando o dominio, cuando hace falta repartir los platos rotos de una crisis tan compleja. Debemos sacudirnos o acaso no se calculan por miles los afectados debido a la parálisis en el transporte. Este no es un mal menor que no me toca. Semejante temporal exige unidad, además de liderazgo, contra quienes pretenden arrodillar a un departamento entero. Pero sobre todo, medidas eficaces y radicales que devuelvan la confianza de poder vivir sin la congoja de una nueva crisis de seguridad por el asalto de unos pocos criminales.