Nunca antes en Colombia la posesión de un presidente de la república había sido una fiesta popular, incluyente, participativa, pluralista, pero sobre todo cargada de simbolismos alrededor de ese país doliente, marginado y olvidado desde siempre. Miles de personas reunidas en plazas, parques, avenidas y calles, tanto de la ruralidad como de las grandes ciudades, celebraron este domingo la investidura en sus cargos de Gustavo Petro Urrego y Francia Márquez Mina, que supone un quiebre histórico tras el ascenso al poder del primer gobierno de izquierda de la nación. Momento inédito que también se convierte en el renacer de la esperanza para quienes anhelan una Colombia posible para todos. De hecho, los que reclaman esa “segunda oportunidad” o “el fin de los no se puede”, de los que habló el nuevo jefe de Estado, son los mismos que con sus votos respaldaron un cambio radical o, lo que es lo mismo, la ruptura definitiva con la política tradicional.

Quizás porque el paisaje cotidiano de una Colombia violenta, excluyente e inequitativa, en la que se justifican, amparan o excusan todo tipo de atropellos, abusos y excesos, se ha naturalizado tanto es que cuesta creer que la paz, la justicia, la libertad o la dignidad con las que se compromete este nuevo Gobierno son derechos que nos asisten a todos. Para recobrar el rumbo de la peligrosa deriva en la que seis décadas de violencia y conflicto armado nos han sumido, el presidente Petro anuncia el cumplimiento del Acuerdo de Paz y las recomendaciones de la Comisión de la Verdad, al igual que la apertura de “diálogos regionales vinculantes” para construir convivencia ciudadana. Escuchar, razonar y entender son fundamentales para superar las diferencias. Pero, claramente su mayor desafío será lograr que el Eln, disidencias y bandas criminales, a los que ha convocado a dejar las armas, acepten beneficios jurídicos a cambio de abandonar la ilegalidad, mientras ofrecen garantías de no repetición.

Queda claro que los anteriores modelos de paz no acabaron la violencia ni aseguraron mejores condiciones de vida en los territorios. Negociación, acogimiento o el nombre que a bien tengan colocarle los arquitectos de la paz a su nueva fórmula demandará acciones estructurales en las regiones, además de reformas políticas en el Congreso para modificar la normativa existente o la de sectores clave como el agrario. Petro sabe que construir una Colombia “fuerte, justa y unida”, capaz de dejar atrás sus divisiones, exige consolidar la paz. Este es un insumo imprescindible para perdonarnos y reconciliarnos. También lo es reducir la pobreza y las desigualdades que galopan junto a las injusticias sociales. La redistribución de la riqueza así como el impulso de una economía basada en la producción, el trabajo y el conocimiento serán las bases de la reforma tributaria del recién estrenado Ejecutivo que pide no mirarla como un “castigo o un sacrificio”, sino como un “pago solidario”.

Detrás de ella se vienen otras: salud, pensiones, laboral, educativa, que apuntalarán una transformación profunda. No cabe duda de que el “Gobierno del Cambio” se sustentará en reformas que provocan serias inquietudes de distintos sectores, por lo que el presidente del Congreso, Roy Barreras, a manera de mensaje tranquilizador, señaló que se harán bajo principios institucionales. Al fin y al cabo, en este pulso están la Colombia que exige un revolcón y otra que demanda “estabilidad y garantías”. Ciertamente, la búsqueda de equilibrio o de consensos no será una tarea fácil, pero se debe partir de la base de inamovibles o innegociables compartidos por todos como la igualdad de género, la lucha contra el cambio climático o la integración regional para alcanzar objetivos comunes de nuestros países.

No obstante, acostumbrarse a los muchos cambios en ciernes será esencial. En la agenda del nuevo país, las Fuerzas Militares construirán distritos de riego, hospitales o caminos vecinales; sus servicios de inteligencia combatirán la corrupción; los bienes en extinción de dominio de la Sociedad de Activos Especiales (SAE) serán la base de una economía productiva; las vidas salvadas serán el principal indicador de éxito en la lucha contra el crimen y se recuperará el dinero que se robaron los corruptos.

Así que menos cainismo y más trabajar de la mano de manera sensata para salir adelante. No todos votaron por Petro ni estarán de acuerdo con su decálogo de gobierno. Válido. Hoy la izquierda manda. Es tarde para que el lamento o el reproche sean su único derrotero estos cuatro años. Por tanto, conviene que sean conscientes de que él es el presidente de todos los colombianos. También el propio Petro al igual que su gabinete y congresistas del Pacto Histórico tendrían que tenerlo absolutamente incorporado para evitar el menor revanchismo hasta el último día de su mandato: “No importa de dónde venimos, sino a dónde vamos, que nos una la voluntad de futuro, no el peso del pasado”. Buena suerte, presidente.