Entre los hechos más relevantes de la ciudad en los últimos días, el arranque del piloto de autogeneración eléctrica a partir de energía solar en un colegio oficial del suroriente. La instalación de cien paneles solares en la Institución Educativa Distrital Simón Bolívar sede 2 sitúa a Barranquilla en el ineludible camino de la transición energética. Este es uno de los grandes pilares de la lucha contra el cambio climático que en medio de la actual emergencia exige poner en marcha, cuanto antes, ambiciosos proyectos sobre renovables, de tal manera que se pueda transformar, progresivamente, el actual sistema energético basado en combustibles fósiles a uno sustentado en energías limpias –solar, eólica, geotermia o biomasa– para contener el aumento de la temperatura media del planeta.

Sin duda la búsqueda de alternativas para descarbonizar a la ciudad, como la que ofrece el sector fotovoltaico, nos inserta en el objetivo global de alcanzar neutralidad climática en un futuro, ojalá no lejano. Mientras se acometen acciones importantes para llegar al ansiado escenario de emisiones netas cero de gases de efecto invernadero, nuestra realidad presente, al menos la de Barranquilla y el resto de la Costa, reclama recursividad para hacerle frente al insufrible incremento de las tarifas de energía. Apostar por el aprovechamiento de una de nuestras máximas potencialidades, la luz solar que está a nuestro alcance de forma permanente, es lo correcto. Primero, porque nos acercará a una verdadera eficiencia energética. Pero sobre todo, porque será decisiva para consolidar la imprescindible autonomía o autosuficiencia en esta materia. Todas las decisiones en este sentido deben valorarse por el bien común.

Pese a ser un servicio de primera necesidad, la energía terminó por convertirse en un negocio de dimensiones incalculables. Mientras persistan las inequidades regionales por los desproporcionados aumentos en los indicadores de la cadena de energía que no reflejan los costos reales del sector, como se ha insistido hasta la saciedad, los usuarios del Caribe seguirán siendo los paganinis de una historia a la que no se le anticipa, por lo pronto, final feliz. ¿Qué nos queda? Acudir a salidas como la autogeneración con fuentes no convencionales de energía renovable, lo que demanda la extensión de mecanismos financieros y tributarios para la instalación masiva de estos sistemas. El Gobierno nacional, defensor de la justicia climática, así debe entenderlo para garantizar su respaldo. Sobran las razones para masificar su uso, además de las ambientales, aparecen reducciones nada despreciables en el costo final del servicio.

Las primeras previsiones en Barranquilla son bastante optimistas. En cuanto al desafío climático, cerca de 23 mil toneladas de gases contaminantes se dejarán de emitir a la atmósfera, por año, una vez estén instalados los 70 mil paneles en los techos de 300 edificios públicos de la ciudad. Colegios, instalaciones de salud, escenarios deportivos y mercados, que podrán de ahora en adelante autogenerar su propia energía, a partir del sol. En términos económicos, hasta un 25 % dejará de pagar el Distrito en la facturación que, si nos remitimos solo al caso de los centros educativos, le representa un valor total de $18 mil millones anualmente. El siguiente paso será determinante. Se ofrecerá esta tecnología a hogares, comercio e industria y, a través de Triple A, empresa que quedará bajo su control en los próximos días, se venderá energía solar.

Aún queda un largo trecho por recorrer, pero resulta una propuesta interesante y coherente con las imperativas necesidades de diversificar la matriz energética ya no del país, sino de familias y sectores productivos de Barranquilla y el Atlántico, azotados por los insoportables costos de la factura. No existe margen para dudar de la necesidad de cambiar el paradigma del insostenible consumo energético imperante. De manera honesta y posibilista, hay que buscar cómo ser parte de la transición en curso que tiene que ser efectiva en sus metas y asequible para todos los usuarios. Sin respuestas ni soluciones a los retos que surjan, no se obtendrán los cambios estructurales esperados para asegurar un futuro sostenible.