El dique de contención de la violencia criminal en Barranquilla sigue sin operar. El asesinato de seis hombres, en la madrugada de este lunes en un establecimiento de ocio en el populoso barrio Las Flores, a escasos metros del CAI del sector, es la enésima confirmación de cómo las dinámicas de la ilegalidad, asociadas directamente con el sicariato, principal instrumento de las cruentas vendettas por el control del narcotráfico y otras rentas ilegales, continúan devorando lo que encuentran a su paso. Este es un asunto netamente criminal y económico, de gran impacto social, en el que las estructuras delincuenciales locales al servicio de grandes organizaciones transnacionales intimidan, extorsionan, custodian o trafican droga y cada vez que haga falta, matan, en una perversa competencia por el dominio territorial. Podemos imaginar a cambio de qué. Prácticas criminales, absolutamente repudiables, enmarcadas en principios empresariales. Coapta, subcontrata, instrumentaliza y te abrirás camino en el espantoso mundo del hampa parece ser el leitmotiv de esta fatídica historia.
Cada detalle de la desquiciante escena que dejó la matanza documenta en sí mismo el infierno allí vivido. Pero sobre todo, atestigua la impotencia en un territorio que nunca ha dejado de estar en el ojo del huracán por cíclicos fenómenos de violencia relacionados en algunos casos con embarques y desembarques de droga o armas que le han hecho un enorme daño a su comunidad. Otra vez, en Las Flores se respira miedo por las posibles retaliaciones de las bandas criminales involucradas en el múltiple crimen. Otra vez, sus habitantes sufren la pérdida de sus seres queridos, como en el caso de Henry Flórez, uno de los fallecidos, a quien su familia exige no vincular como miembro de ‘los Costeños’, y hace bien, tras conocer la primera versión entregada por la Policía. Otra vez, las declaraciones inoportunas de uniformados que no miden el alcance de sus palabras frente a hechos de tan extrema gravedad.
Hablar con claridad es importante para salirle al paso a la incertidumbre alrededor de una crisis de violencia criminal como la que afronta Barranquilla y su área metropolitana. Hacerlo con mensajes precisos, un rumbo definido y acciones concretas para superar la situación resulta indispensable. No es sencillo abordar el difícil trámite de intentar aliviar la perplejidad de una ciudadanía impresionada por los acontecimientos. Pero, lo dicho por el general Javier Martín Gámez, director de Seguridad Ciudadana de la Policía Nacional, luego de aterrizar en la ciudad, no tuvo un sentido ciertamente orientador ni construyó confianza. Algo similar ocurrió hace unos días cuando el ministro de Defensa, Iván Velásquez, tras su primer consejo de seguridad, indicó que se “fortalecerá la inteligencia y la investigación para identificar los recursos de las organizaciones criminales, incrementando las labores de interdicción de droga”, con el objetivo de frenar su actividad. ¿Acaso esto no era lo que ya se estaba haciendo desde hace meses y, que luego de contabilizar la cuarta masacre en la ciudad, podría decirse que no está funcionado?
Aunque esta vez se trató de reaccionar a tiempo, queda un sinsabor por la improvisación o la inconsistencia de razonamientos de las autoridades nacionales que parecen aún no reconocer o tener lo suficientemente identificada la desmedida presión criminal que afronta Barranquilla por cuenta de las disputas por el poder de barrios, corredores portuarios, marítimos y terrestres de la ciudad y el departamento que libran el Clan del Golfo, ‘los Costeños’ y ‘los Rastrojos Costeños’. Pese a que sus jefes están presos siguen ejerciendo liderazgos. Lo mismo sucede con muchos de sus mandos medios que, tras ser capturados por delitos como homicidio, extorsión o porte ilegal de armas, terminan en detención domiciliaria. Vaya burla de la justicia. Ni caso. ¿Cuál es la política de seguridad urbana del nuevo Gobierno? Hace rato esta situación se salió del control local, de manera que se requiere de un acompañamiento, pero uno de verdad, del orden nacional. Esto no es delincuencia social ni bandas menores. Nos acechan pavorosas estructuras criminales, unas más poderosas que otras, pero todas igual de peligrosas por su inabarcable prontuario criminal. Son socios, amigos o enemigos, dependiendo de lo que les conviene, y están dispuestas a destruir lo que haga falta en su alocada carrera. ¿En serio, se lo vamos a permitir?