Carlos III llega al trono de Inglaterra en medio de dudas, interrogantes e incertidumbres, no solo de parte de las 14 naciones que componen la Commonwealth, sino de la mirada internacional que durante décadas se amoldó al tono neutral y discreto de la reina Isabel II, que sirvió de elemento catalizador en distintas épocas y crisis, pero que además abonó la estabilidad y continuidad de la monarquía británica en pleno siglo XXI.

La reina es enterrada este lunes, luego de 10 días de actos que además fueron acompañados y seguidos de cerca por líderes y ciudadanos de todo el mundo y de todas las religiones, que no en vano guardaban un especial cariño y respeto por la monarca que estuvo 72 años gobernando, y que impuso la unidad y la cohesión por encima de cualquier prioridad durante su mandato. Carlos deberá tomar ese mismo tren, esta vez con varios tripulantes que quieren abandonarlo, como Antigua y Barbuda, que tras el fallecimiento de la reina ha manifestado que empezará a bregar por ser declarada república.

Lo mismo sucede con los aires independentistas de Escocia, una situación que ni siquiera con Isabel en el trono se ha podido menguar y que se acentuó con el referéndum celebrado en el año 2014 y la presión de los republicanos, lo que ha llevado al país casi que a la división. En el mismo frente se encuentra Irlanda del Norte, que expertos señalan de ser el eslabón más débil. Sin embargo, Isabel de alguna manera contuvo una respuesta apresurada en ambos casos, de nuevo, gracias a la adopción de una posición neutral. Habrá que ver si Carlos elige el mismo camino.

Otro interrogante que surge, al que algunos califican como el ‘talón de Aquiles’ de Carlos III, es el de utilizar la discreción como sello indeleble de la corona, algo que a Isabel se le daba casi que de manera natural. En contraste, su heredero ha destacado por expresar en distintas ocasiones fuertes opiniones propias en materias como la política o el cambio climático, ambos álgidos terrenos en medio de la polarización que viven los países del reino.

En esa misma línea, el rey no repara en demostrar también su gusto o disgusto por situaciones específicas, como la última semana en la que videos han circulado con comportamientos despectivos hacia miembros de su personal de servicio, algo que a Isabel, en cambio, le valió el cariño de cada persona que estuvo alrededor acompañándola.

Por último, y no menos importante, se encuentra el mantener la figura de estabilidad con la que Isabel II reconfortó a las naciones. En medio de la crisis económica, del Bréxit o de la pandemia por la covid-19, la monarca siempre mantuvo la serenidad y la sensatez para que los ciudadanos sintieran que cada situación era una más por superar. A Carlos III no le bastará un buen discurso de inicio para transmitir a los países solidez, fortaleza y seguridad, especialmente en las nuevas generaciones, que demandarán en el rey mucho más que el carisma, que fue propio y parece haber desaparecido con la muerte de Isabel.