Cada vez que llueve en Barranquilla, y no ha dejado de hacerlo en los últimos días con la inusual intensidad anticipada por el Ideam, es imprescindible volver la mirada hacia los 18 puntos de máximo riesgo identificados por el Distrito en distintos sectores. Muchos de ellos corresponden a rondas hídricas, cauces de arroyos y laderas que, tras torrenciales aguaceros como el del pasado domingo cuando llovió 60 % más de lo considerado normal para un día promedio, terminan convertidos en potenciales zonas inundables o de remoción en masa que ponen en peligro a quienes viven asentados en ellas de manera informal.
Dos hechos son evidentes respecto a la crítica situación invernal que atravesamos en Barranquilla, al igual que en el resto del país. Uno, no va a parar en el corto plazo y dos, si no se adoptan medidas urgentes de carácter preventivo desastres como el desplome de más de una decena de viviendas en La Manga, consecuencia de la saturación de los suelos por los aguaceros, volverán a presentarse irremediablemente. Incluso con balances que podrían ser mucho más lamentables. No es catastrofismo, sino una alarmante realidad que exige dosis de responsabilidad, no siempre fáciles de adquirir. En especial cuando se trata de familias vulnerables que se resisten, por distintas razones, a salir de sus casas, lo cual es comprensible.
Sin embargo, quienes aún no han tomado una decisión que garantice su protección y la de los suyos, conviene que conozcan el caso de Jenny Cañate, una mujer de 31 años a la que su vivienda, en ese mismo sector de La Manga, se le vino encima hace pocas horas. Lesionada, pero viva, hoy cuenta su historia. Quizás otras personas: sus propios vecinos o residentes de Loma Roja o Carlos Meisel, donde han sido censadas 105 familias damnificadas, podrían no tener su misma fortuna. Ni temeridad ni audacia. Todo pasa por sentido común. Para empezar, los pronósticos del Ideam prevén que de octubre a diciembre arreciarán las precipitaciones entre un 20 % y un 60 % por encima de lo normal. Es más, no es descartable que la persistente Niña se extienda hasta enero, confirmando –para los aún escépticos– cómo el recrudecimiento de fenómenos meteorológicos y climáticos extremos ha alterado los patrones de lluvias.
En sus primeras semanas, la embestida invernal ha demandado la puesta en marcha de un plan de acción que suma esfuerzos de entidades del orden nacional, departamental y distrital. Prevenir y actuar a tiempo son dos asuntos fundamentales a la hora de mitigar los devastadores efectos de una temporada que se anticipa inédita. Ciertamente, las evacuaciones en las áreas de alto riesgo deben ser una prioridad de las autoridades, pero toda intervención podría ser infructuosa si no se impide que las organizaciones criminales dedicadas a invadir tierras reocupen esos espacios. En un abrir y cerrar de ojos, como otras veces ha sucedido, estas mafias toman posesión de terrenos que no son habitables, los vuelven a lotear para estafar a familias pobres que, sin otras opciones de vivienda, arriesgan sus vidas asentándose en ellos. Este es un drama humano de irrebatible dimensión social que demanda una atención integral, incluido un componente de seguridad que en muchas ocasiones se echa en falta por vergonzosas complicidades de los organismos encargados de poner en cintura a estos reconocidos delincuentes.
No es hora de titubear. La crisis invernal, no existe otra forma de abordarla, medirá la capacidad de respuesta de las instituciones en muchos frentes. Enfrentamos una circunstancia excepcional que también requerirá gran conciencia ciudadana. Ni el arroyo es un juego ni un botadero de basura. Como tampoco las zonas de riesgo son una opción viable para establecerse. En ambos casos, la vida es lo que está de por medio. Así a muchos les cueste entenderlo. Que nadie subestime la gravedad de la situación ni falte determinación o celeridad para afrontar las emergencias que, por ahora, no se aplacarán.