Encajando cada nueva pieza conocida, como si se tratara de un rompecabezas de la más difícil resolución, EL HERALDO ha venido revelando las circunstancias que rodearon la desafortunada desaparición de Willem Kees Sas. Este neerlandés, de 49 años, que había escogido a Barranquilla como el lugar en el que se radicaría de manera definitiva, como se lo dijo a sus amigos, jamás imaginó que su ciudad soñada también sería en la que perdería la vida de una forma tan trágica. Como en tantos otros hechos macabros en los que la maldad se hace carne, la ambición o la codicia por el dinero truncó finalmente los sueños del extranjero que, de acuerdo con la denuncia en la Fiscalía, desapareció el pasado 27 de agosto de 2021. Ese día fue el último que sus vecinos y conocidos lo vieron caminar por las calles del populoso barrio Lucero, donde había comprado una vivienda en 2020, tras su arribo a Colombia. Nadie supuso lo peor.
Quienes lo echaron de menos, muchos de los cuales persistieron en su búsqueda durante meses, pensaron que a Guille, como lo solían llamar, se lo había tragado la tierra. Pero las cosas no suceden así. Al neerlandés lo desaparecieron personas cercanas que se quedaron con su dinero, entre ellas su pareja. Este sujeto, detenido e identificado como Kevin Peña Ramos, habría pagado –eso fue lo que le reveló a las autoridades–a integrantes de una estructura criminal para que le robaran el carro a Guillermo. Sin embargo, la investigación, cual caja de Pandora, fue poniendo al descubierto escabrosos detalles sobre el horror que soportó a manos de sus captores, además en su propia casa, donde habría sido torturado durante horas. Escalofriante.
Intentando buscar la punta oculta del hilo de esta enmarañada madeja, los investigadores hallaron rastros de sangre de Guillermo en una de las habitaciones. La estela terminaba en el patio donde buscaron sus restos. Excavaron, pero no los localizaron. En su carro, también detectaron sangre. Al neerlandés, envuelto en una sábana, lo sacaron malherido de su vivienda en la madrugada del 28 de agosto de 2021, en ese vehículo. Parecía que la espiral de descubrimientos conduciría a saber qué pasó con él, pero no ha sido así. Su ubicación continúa siendo un absoluto misterio. Guille o lo que queda de él podría estar en cualquier parte. Ninguno de los tres vinculados al caso, y se busca a una cuarta persona, revela dónde se encuentra. Lo que sí ha quedado claro es por qué de forma tan impúdica decidieron desaparecerlo.
Hasta agotar el último peso, el entramado delincuencial detrás de esta barbarie hizo fiesta con los bienes de Guillermo: saqueó su casa, sus cuentas, vendió su carro, suplantó su identidad y cobró el dinero de los arriendos de los apartamentos que había adquirido en Barranquilla, principal fuente de ingreso para vivir entre los que consideraba de fiar. La verdad era otra. Difícil imaginar un desenlace más lamentable para quien anhelaba una existencia estable en una ciudad entrañable del mágico Caribe colombiano. En una época en la que la ignorancia se disputa con la indolencia la cotización al alza de los antivalores, muchos estudiosos se esfuerzan en intentar explicarnos los indescifrables vaivenes del comportamiento humano. No siempre lo consiguen. Siempre costará entender por qué tantas personas, con una insólita mezcla de mezquindad e imbecilidad en su interior, dedican sus vidas a tratar de arrebatárselas a otras.
Lo sucedido es chocante, en extremo insoportable. Todo por dinero. Duele tanta maldad, pero en honor a la confianza, afecto e ilusión con los que este neerlandés apostó por quedarse en Barranquilla, valdría la pena asumir como propias, sin temor a equívocos, las palabras del escritor español Max Aub, cuando dice: “Lo contrario del miedo no es el coraje, sino la solidaridad”. Cada vez que escuchemos hablar de Guillermo o de las muchas víctimas de la vileza o ruindad de locos irracionales, reconozcamos que como especie tendríamos que esforzarnos todo lo que haga falta para tratar de ser más humanos.