El enconado debate político, y también mediático-viral, que no da tregua en Colombia por más puentes que se intenten tender, consecuencia del insoportable revanchismo convertido en consigna de cada gobierno, provoca que con frecuencia desviemos el foco de luchas que sí son verdaderamente importantes. No es posible considerar de otra manera a las estoicas batallas por sus vidas que cada año dan en el país y en todo el mundo decenas de miles de mujeres contra el cáncer de mama. Sin caer en el alarmismo, pero reconociendo su inobjetable relevancia, conviene recordar que, según el Ministerio de Salud, esta es la primera causa de enfermedad y muerte por cáncer entre las colombianas. La detección precoz o el diagnóstico oportuno, tras identificar los síntomas, marcan la diferencia para acceder a un tratamiento efectivo que mejore el pronóstico y asegure la supervivencia de las pacientes. Impensable bajar la guardia, cuando se requiere mucha más conciencia para prevenir y trabajo conjunto para dar esta pelea.

Hoy cuando se conmemora el Día Mundial de la Lucha contra el Cáncer de Mama, también el de mayor incidencia en el país con un promedio de 15.500 casos nuevos y 4.400 decesos anuales, es fundamental volcar todos los esfuerzos posibles, tanto públicos como privados, para lograr una detección temprana de la enfermedad, valorada –con razones de sobra– como una preocupación de salud pública. No solo entre nosotros. Este cáncer, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), causa cerca de 685 mil decesos cada año a nivel global, mientras que más de 2 millones 200 mil casos nuevos se detectan en ese lapso, en especial en países de ingresos medios y bajos, donde muchas mujeres no reciben los tratamientos integrales, ni siquiera las terapias básicas que requieren debido a sus carencias económicas.

Como en tantas otras situaciones de inequidad social que deberían avergonzar a las administraciones públicas –lo que suele suceder en los territorios más vulnerables de la Colombia profunda–, la desigualdad es un descomunal lastre que imposibilita el acceso de las mujeres pobres, de poblaciones étnicas o de migrantes a obtener un diagnóstico y luego a ser tratadas de una enfermedad prevenible y curable, pero que, sin la adecuada atención, puede matar. Cumpliendo una labor encomiable, organizaciones sin ánimo de lucro como la Liga Colombiana contra el Cáncer acompañan a las pacientes y a sus familias a lo largo de una retadora lucha que por sus impactos físicos, sicológicos y económicos, también demanda una gestión emocional, más y mejor comunicación en el hogar, valoración de la autoestima o la sexualidad, así como un largo etcétera que, a la postre, costaría demasiado afrontar sin el respaldo adecuado.

Es clave que se conozca que una de cada 8 mujeres tendrá cáncer de mama durante su vida. Reducir los factores de riesgo, evitando la obesidad y el sedentarismo, así como eliminar el tabaco y el alcohol, favorecen las estrategias de prevención. Al igual que practicarse el autoexamen mensual de senos. Sincronizarse con el cuerpo para escucharlo, echando el freno ante nuestras inabarcables responsabilidades como madres, esposas, hijas, hermanas o cuidadoras, puede salvarnos la vida. Muchas de nuestras familiares, amigas o compañeras de trabajo se han ido por un cáncer de mama no detectado a tiempo. Es momento de convertir el dolor de su pérdida en una oportunidad para que nosotras mismas o quienes integran nuestro círculo más cercano no seamos parte de las estadísticas fatales. Si bien es cierto que la ciencia ha avanzado de manera significativa en la investigación y en el desarrollo de tratamientos farmacológicos, cada una de nosotras tiene literalmente en sus manos la posibilidad de identificar esos cambios que reescriban un final distinto para una historia que nos puede alcanzar en cualquier momento.