Los torrenciales aguaceros, sobre todo, persistentes durante este puente festivo, que aún no acaba, han provocado el agravamiento de los ya ruinosos efectos del invierno en el Atlántico. Cada una de las emergencias reportadas de manera simultánea, en Barranquilla o municipios costeros, del sur del departamento o de su franja oriental corroboran la vulnerabilidad de un territorio sometido a eventos meteorológicos cada vez más pronunciados o extremos. No es que antes no ocurrieran inundaciones o remociones en masa, se hundieran carreteras o colapsaran viviendas. Por supuesto que esta región, como muchas otras del Caribe, ha afrontado desastres de enorme magnitud en distintos momentos o circunstancias. Sin embargo, las intensas lluvias que no han parado de caer en los últimos días con sus devastadores impactos, consecuencia, en parte de la enésima onda tropical dejada por el impetuoso fenómeno de La Niña, ratifican que la crisis climática no es una posibilidad futura, sino una catastrófica realidad que reclama un esfuerzo colectivo de la ciudadanía y el liderazgo de alcaldías, la gobernación y entidades del orden nacional en el desafío extraordinario de salvar vidas y proteger a las comunidades.

Son muchas, y también variadas, las causas que han ocasionado las actuales emergencias en el Atlántico que abrieron frentes adicionales de atención en un momento ya crítico. Lo realmente importante es que se entienda que no son situaciones aisladas, sino que forman parte de una emergencia ambiental en curso, en la que resulta evidente la mano del hombre, y que exige una nueva gestión integral del territorio, asociada a una correcta planificación alrededor del uso del suelo y del agua para mitigar y, en particular, adaptarse a los riesgos o amenazas presentes en entornos frágiles. Entre ellos, las inmediaciones de los cuerpos de agua, zonas de ladera o costeras y las próximas a fallas geológicas activas. Pese a visiones escépticas e incluso prédicas negacionistas, con frecuencia orquestadas para defender intereses económicos de minorías tan codiciosas como irresponsables, es un hecho que las reglas del juego cambiaron por la creciente variabilidad climática natural. Desconocerlas e intentar modificarlas, al desviar el curso de corrientes de agua o desecar manglares, por ejemplo, como se ha hecho en el departamento, puede desencadenar incalculables pérdidas ambientales, sociales y económicas. ¿O es que no se han dado cuenta de la alerta roja que activaron con sus acciones irracionales?

Con lo revuelto que está todo, quedan numerosas preguntas por responder e intervenciones por ejecutar para recuperar algo de normalidad cuanto antes. Prioritario, asistir y reubicar a las casi 100 familias damnificadas por el desplome de sus viviendas en Piojó, donde hasta los muertos se quedaron en la calle. Lo allí sucedido por el deslizamiento de sus cerros amerita un estudio técnico profundo para determinar si este es el fin de la emergencia o apenas el principio, teniendo en cuenta la brutal explotación que se ha hecho de las lomas del municipio. Si se tenía conocimiento del deterioro del terreno, ¿por qué no se actuó a tiempo? En el caso de las carreteras, la Vía al Mar, Loma Grande –entre Villa Rosa y Repelón- y otras secundarias o terciarias sorprende la facilidad con la que se cuartean, resquebrajan o desploman, como si fueran de galleta. Sus constructores e interventores le deben a la ciudadanía todo tipo de explicaciones. Si no se las dan, porque su descaro les puede más, deberían ofrecerlas a los entes de control, si es que fueron proyectos financiados con dineros públicos. En el Canal del Dique o el Embalse del Guájaro, donde el peligro no ha pasado, urge limpiar sus canales, sin duda, pero también revisar rellenos y ocupaciones indebidas que aumentan el riesgo de desbordamiento. En demasiadas situaciones se echa en falta autoridad, ejecución y transparencia para cambiar el rumbo de tantas crisis anunciadas. Que no nos falte ahora solidaridad ni empatía para rodear a quienes lo perdieron todo y la están pasando realmente mal por la incertidumbre y la desolación. Demostremos que unidos somos más fuertes para acompañar a estos hogares a levantarse.