El nombre con el que popular o viralmente se conoce a la BQ.1., una de las nuevas cepas de ómicron, recién detectada en Colombia, no tiene desperdicio. ¿En qué momento pasamos de denominar las variantes de interés del coronavirus y sus linajes, inicialmente designados con las letras del alfabeto griego (Alpha, Beta, Delta, Gamma), con nombres de monstruos colosales y espeluznantes, como Tifón y Cancerbero? Seguramente, en el mismo en el que dejamos de considerar que el virus podía afectarnos. Algún mecanismo de defensa sicológica será. No obstante, para recordarnos que nadie está totalmente a salvo de un contagio, las redes sociales apodaron, sin aval científico, a la subvariante en cuestión con el temible remoquete de ‘Perro del infierno’, el guardián del inframundo o la mascota de tres cabezas del dios Hades. La mitología asegura que no es posible escapar de él. Como quien dice, el que entendió, entendió.
Al margen de su anecdótica denominación, este linaje que según el Instituto Nacional de Salud (INS) es responsable ya del 34,6 % de los contagios de las últimas tres semanas en Colombia, muestra modificaciones que merecen ser tenidas en cuenta. No en vano expertos de centros científicos internacionales estiman que por su rápido ritmo de crecimiento ‘Perro del infierno’ será dominante en el mundo en semanas. Justamente por sus mutaciones, lo cual está dentro de lo esperado porque el virus cambia todo el tiempo, al sistema inmunitario le cuesta mucho más reconocerlo para neutralizarlo, al margen de que las personas estén o no vacunadas. De modo que su transmisibilidad está siendo más veloz que la de sus antecesores, pero esto no causa una enfermedad grave. En cuanto a los síntomas, siguen siendo los mismos a los que el virus nos tiene acostumbrados desde siempre. No faltan, claro está, quienes tras ser contagiados se han sentido casi agonizando en la última fosa del más recóndito círculo dantesco del infierno.
Ante crecientes riesgos, lo aconsejable es precaución y prudencia. Aunque no está de más echar un vistazo a la evolución del virus allende nuestras fronteras. Lo más complicado está en China donde han vuelto a decretar durísimos confinamientos y restricciones, debido a que los casos se han disparado por cuenta de la nueva subvariante. En Brasil, asesores sanitarios del presidente electo Lula Da Silva temen un inminente repunte de contagios, mientras que en Perú no solo lo dan como un hecho, sino que lo esperan para mediados de diciembre, con el escenario más severo en abril o mayo. Estamos tan desconectados del covid por decisión propia que sería significativo que la ministra Carolina Corcho o su nuevo director del INS, Giovanny Rubiano García, ofrecieran al país sus propias proyecciones acerca de la prevalencia de este linaje ahora que se está haciendo mayoritario. Seguro mató a confianza.
Queda claro que la clave de la contención individual y colectiva frente al covid-19 sigue estando en la vacunación masiva. En otras palabras, en aplicarse las dosis o refuerzos a los que haya lugar porque como se ha dicho hasta el cansancio, este difícilmente desaparecerá. Sin embargo, casi tres años después de su irrupción, la evidencia científica ha demostrado, al menos cuando se trata de vacunados que el virus permanece a raya, pese a su capacidad de mutar e intentar evadir la protección adquirida por el sistema inmunológico. Que así sea depende de que volvamos, por si no lo hemos hecho a poner el hombro, ojalá antes de que empiece a escucharse en cada hogar, cuadra o estadero de Barranquilla y el resto del Atlántico la infaltable canción del maestro Adolfo Echeverria, en la voz de la gran Nury Borrás. No vaya a ser que en el momento menos esperado a alguno de nosotros le ladre con inusitada fiereza un perro del inframundo.