Al menos nueve quemados en Atlántico, cuatro en Barranquilla, dos en Soledad y el resto en otros municipios, son el resultado de la irresponsable actitud de quienes insisten en usar pólvora, pese a los considerables riesgos que su indebida manipulación trae consigo. En la capital del departamento, el Día de las Velitas se convirtió, como en años anteriores, en una ocasión para ratificar que hecha la ley, hecha la trampa.
Aunque por disposición del Distrito se encuentra prohibida la fabricación, comercialización, distribución y utilización de elementos pirotécnicos, en las distintas localidades, porque no se salvó ninguna, la pólvora se sintió, ¡y de qué manera! O el Plan Navidad puesto en marcha por las secretarías no está teniendo el impacto deseado, o es hora de que se ajusten los controles y sanciones a la ciudadanía, para evitar que los lesionados aumenten.
No es aceptable ni un quemado más. Vale recordar que en el cierre de 2021 e inicio de 2022, hubo 24 casos en Atlántico, un incremento de 118 % frente a la vigencia anterior. De ellos, 9 menores.
No podemos engañarnos frente a la mezcla de condescendencia, ignorancia e irresponsabilidad presente en quienes justifican el uso de la pólvora como una infaltable tradición de la época decembrina. Comparten la línea de los que defienden prácticas que cruzan los límites del respeto por la vida humana y la de los animales, como las corralejas, al señalar que se han hecho de toda la vida. Sus posiciones, en ocasiones absolutamente intransigentes, los hacen insoportables.
Traspasar fronteras que son incómodas o desconocidas siempre nos causará malestar, pero no se deben seguir aplazando necesarios debates sobre insensatas formas de diversión. Mezclar alcohol con pólvora e incorporar a ese cóctel explosivo a menores de edad es un despropósito del tamaño de una catedral. Eso fue lo que se vivió en las últimas horas en Barranquilla y los municipios.
Lamentablemente, no se trata de casos aislados. Un año atrás, de los más de 1.050 quemados a nivel nacional, 364 fueron niños y niñas, muchos de ellos bajo el cuidado de adultos borrachos.
¿Esto es lo que queremos para nuestros niños, niñas y adolescentes: un futuro con discapacidad visual, quemaduras o amputaciones en sus dedos o manos por el uso indebido de pólvora, que pudo haberse prevenido?
Está claro que algunos debates parecen imposibles por las pasiones que despiertan, pero no podemos dejar de darlos. No es viable tener un policía en cada casa donde, burlando las prohibiciones, como pasa en Barranquilla, se quema un tote o se lanza un volador. Tampoco se pueden repartir camisas de fuerza para evitar que adultos alicorados, como hacen cada año, entreguen a los más pequeños cohetes o volcanes.
Tras la tragedia, llega el arrepentimiento. Tarde. La forma como nos comportamos en estas celebraciones que apenas comienzan nos retrata como sociedad. Los datos lo confirman. En la Noche de Velitas, casi 39 mil llamadas se recibieron en la línea 123 de la Policía en el país. De ellas, 4 mil fueron para denunciar riñas, 1.068 por violencia intrafamiliar y 4.467 por perturbación a la tranquilidad.
¿Esto significa que debemos resignarnos a aceptar o soportar estas situaciones sin más? Por supuesto que no. Crear conciencia social y moral para cambiar hábitos, comportamientos y actitudes, en especial en las nuevas generaciones, es indispensable en el camino de romper inercias frente al uso de la pólvora, el abuso del alcohol o las distintas violencias.
Velar por la integridad de los más pequeños, así como de las mascotas que sufren mucho en esta época, tiene que ser una tarea compartida entre las entidades del Estado, la sociedad en general y cada familia. Entenderlo es clave. De lo contrario, iniciativas legislativas como la Ley 2224, a punto de ser reglamentada por el Gobierno para regular el uso de estos elementos, será pólvora mojada.