A cuatro días de la Navidad, el impoluto cielo barranquillero amaneció cubierto de una apocalíptica y sobrecogedora imagen, lo más parecido a una combinación de fuego eterno y nubes negras, como consecuencia del pavoroso incendio que ha consumido el combustible de al menos dos tanques de almacenamiento, en plena Vía 40, en su zona industrial. Aún sin certezas sobre el porqué de la conflagración, lo único que ha quedado claro en las primeras horas de la emergencia, la más delicada de la que tengamos registro reciente, es que una familia, la del sargento Javier Solano, de 53 años, integrante del Cuerpo de Bomberos del Distrito durante la mitad de su existencia, lo despedirá como lo que fue: un héroe que ofrendó su vida para salvar la de sus compañeros y la de los ciudadanos que no tendremos cómo agradecerle su sacrificio, dedicación y entrega a lo largo de tantos años cumpliendo una labor tan noble como peligrosa.
A su hija Karol, miembro del Cuerpo Voluntario de Bomberos de Malambo que se enteró del fallecimiento de su padre cuando se preparaba para trasladarse a la zona de desastre, así como al resto de su familia, nuestro tributo. Este reconocimiento también lo extendemos a sus colegas que sobreponiéndose al dolor por su pérdida han permanecido al frente de la extinción del fuego, incluso poniendo en práctica arriesgadas maniobras. Por mucho que se esté preparado para contingencias de esta naturaleza, nada ha sido de fácil trámite desde el mismo momento en que se desataron las llamas en las instalaciones de Bravo Petroleum Logistics Colombia, una firma dedicada a actividades de cargue, descargue y almacenamiento de combustibles líquidos derivados del petróleo y sus mezclas. Por donde se mire, una situación de máximo riesgo.
En consecuencia, debido a la volatilidad de sus componentes capaces de producir una combustión en segundos en los otros dos tanques cercanos a los que ya han ardido, y para proteger la integridad de los trabajadores de las empresas de la zona de influencia y habitantes de barrios aledaños, se ordenaron evacuaciones inmediatas y otras disposiciones que se mantendrán por tiempo aún indefinido. Tampoco se tiene claro, pese a su fortísimo impacto económico, cuándo se retomaría con normalidad la actividad portuaria suspendida por razones de seguridad. Por ese mismo motivo, también se interrumpió en sectores de Barranquilla y Puerto Colombia la prestación de servicios de energía y agua, y los cierres alteraron la movilidad de la ciudad.
Si este es el resultado de un descuido de seguridad industrial en la empresa, al término de la investigación en curso se hará imprescindible adoptar las sanciones o medidas necesarias para evitar que algo así se repita. Todavía sin superar las consecuencias de la emergencia que ni siquiera ha podido ser controlada, lo que podría demorar aún varios días, uno de sus impactos más relevantes es el de la contaminación atmosférica. Ingenieros y profesionales de la salud han insistido en la toxicidad de los gases emitidos que circulan por la ciudad, sobre todo en las localidades de Riomar y Norte-Centro Histórico haciendo el ambiente casi irrespirable. No es un asunto menor: la salud de personas, en especial de menores de edad y adultos mayores podría verse complicada. Se requieren acciones puntuales para asegurar atención oportuna frente a posibles afecciones respiratorias, irritación en ojos y nariz o reacciones alérgicas, al igual que monitoreo permanente de las autoridades ambientales. En lo posible, conviene tener a mano gafas y tapabocas, cuidar a las mascotas y aunque suene impracticable en esta época, valorar la pertinencia de salir o permanecer mucho tiempo en el espacio público. Centenares de personas de distintos organismos de socorro y atención de desastres, también de la Alcaldía de Barranquilla, intentan superar la emergencia lo antes posible. Juegan con factores en contra. Quién iba a imaginar que algo como esto ocurriera y en estas fechas, además. Pero no hay vuelta atrás, la crisis está desatada. El siguiente paso es resolverla con celeridad y, en particular, con el rigor que demanda, sin perder de vista, eso sí, las enormes lecciones que empiezan a quedar.