Han sido horas realmente críticas las que hemos vivido en Barranquilla desde el pasado miércoles cuando comenzaron a arder dos tanques con miles de galones de combustible en un depósito de la zona industrial de la Vía 40. Volcados en una titánica misión que en un primer momento parecía imposible de ser coronada, sobre todo luego de haber pagado un precio descomunalmente elevado por el heroico sacrificio de su compañero y amigo, el sargento Javier Solano, los miembros del Cuerpo de Bomberos de esta ciudad han escrito una página memorable digna de ser recordada por mucho, mucho tiempo.

Aunque todavía queda trabajo por delante para solventar definitivamente esta emergencia, entre otras cuestiones establecer las causas que la originaron –una cuestión prioritaria– sí es cierto que los barranquilleros podemos respirar bastante más tranquilos, y no es solo algo metafórico. Esa nube negra que se había instalado sobre nuestras cabezas, enrareciendo el ambiente y anticipándonos lo peor, ya no está. Se ha disipado por completo. Parecía que no iba a ser posible, pero el cielo volvió a estar azul.

Fueron casi 60 horas de batallar contra un cúmulo de adversidades que se levantaba como un monstruo de mil cabezas de más de 30 metros, a punto de devorarlo todo. Cada nueva maniobra o procedimiento, de carácter defensivo u ofensivo, desde el interior del terminal portuario o del lado de la ribera del río, demandó, además de una buena dosis de plegarias que los bomberos rogaban a la ciudadanía, una estrategia ejecutada con acierto. No siempre consiguieron lo que buscaban, pese a sus redoblados esfuerzos para controlar las llamas, de modo que debieron intentar los ataques muchas veces y desde distintos flancos.

En últimas, la constancia vence lo que la dicha no alcanza y el trabajo articulado de los hombres y mujeres de fuego con sus compañeros de la refinería de Cartagena, colegas aeronáuticos, miembros de la Armada Nacional, la Dimar y, por supuesto, con el acompañamiento de la Alcaldía de Barranquilla y los ministerios del Interior y Minas dio sus frutos. Nada más trascendente que la unión hace la fuerza.

Como en una acción paralela, en la que la ficción supera la realidad, mientras en la Vía 40 bomberos se fundían en un épico abrazo dando un parte de victoria a la ciudad tras su incuestionable logro, en la estación 11 de Noviembre, otros –aún exhaustos luego de combatir el fuego horas antes– despedían con honores al sargento Javier Solano, víctima fatal de este insuceso.

Rotos de dolor, ¡cómo no estarlo!, su familia, amigos y colegas le tributaron un conmovedor homenaje evocando su nobleza y altruismo. Algunos, entre ellos su hija Karol, también bombera, lo acompañaron en un último recorrido por las calles en la máquina que tantas veces lo movilizó a situaciones en las que demostró su valor y arrojo. Seguramente, muchos niños se emocionaron al verla pasar, sin saber que en esta ocasión hacía las veces de carroza fúnebre.

Por el bombero Solano, por el desvelo de sus compañeros y, si cabe, por la angustia de una ciudad entera, para no entrar en el detalle de las millonarias pérdidas económicas, hacen falta claridades. No se trata de reproches vanos, sino de determinar causas y consecuencias sobre el hecho para exigir responsabilidades. Lo señalado por la ministra de Minas, Irene Vélez, frente a que la póliza de riesgo no fue encontrada en el sistema o si contaban con planes de riesgo, entre otros asuntos, despiertan serias inquietudes que deben ser solventadas con suficiencia por la empresa Bravo Petroleum. También es exigible la autocrítica a los organismos competentes. Es Navidad, tiempo en el que casi todo se pausa, excepto para instituciones como los bomberos, que con más veras tendrán que seguir trabajando durante estas fechas, porque para ellos cuidar a los demás es su razón de ser, al igual que su pasión. Gracias por hacerlo tan bien. ¡Feliz Navidad!