A escasos metros del ruido, de los trancones y del movimiento propio de cualquier ciudad se encuentra un tesoro que hasta hace poco estaba escondido, pero que resurgió de entre las cenizas del olvido, literalmente, lleno de color, magia y, sobre cualquier pronóstico: lleno de vida.
De un botadero descuidado, al que daban la espalda los barranquilleros, la ciénaga pasó a ser un impresionante santuario de flora y fauna que alberga las especies más fascinantes como vitales para un ecosistema, que desde ya se proyecta como uno de los pulmones de Barranquilla.
El primer tramo del sendero, de unos 500 metros, que ya se encuentra instalado, es un camino de descanso e introspección, pero sobre todo de admiración. Cualquiera que pase por aquel lugar se queda sin palabras, sin respiración, porque no hay manera de describir las bellezas naturales que allí se pueden apreciar.
La extensión, de aproximadamente 650 hectáreas (6.5 km2), alberga 146 especies de aves, cangrejos azules, zorrochuchos, reptiles y…en las que tímidamente se empiezan a asomar como aguas cristalinas, ya se pueden ver renacuajos y peces que dan cuenta del trabajo de saneamiento y recuperación que allí se ha hecho. Los pequeños manglares se asoman también entre los cuerpos de agua, justo al lado de otros árboles que ya cubren el cielo y se han convertido en hogar de especies de aves que en ellos tejen sus nidos.
Si esto no es un tesoro verde de Barranquilla, ¿qué más lo es? Esa misma premisa es la que obliga a plantearse varias preguntas: ¿Cómo podemos preservarlo? ¿Cuál será el aporte de los barranquilleros al esfuerzo que han hecho los diferentes organismos estatales y académicos, entre otros, para que el ecoparque resurja? ¿Cómo se garantizará la seguridad en un lugar apartado del casco urbano? ¿Cómo se hará el trabajo con las comunidades vecinas para que hagan parte de la cadena de desarrollo sostenible? ¿Cómo se moderará el flujo de personas para que no se altere el ecosistema?
Por supuesto que cada aporte es importante, y varias de estas preguntas ya están siendo planteadas en el mapa de desarrollo del ecoparque, pero definitivamente el primer trabajo debe ser el de despertar conciencia en cada uno de los hogares de que esto es de lo más valioso que tenemos como ciudad. Como lo dijo el mismo alcalde Jaime Pumarejo hace unos días al presentar ese primer tramo: “Este es el legado que dejaremos a las futuras generaciones de barranquilleros y barranquilleras”.
También le corresponde a las autoridades hacer un trabajo de articulación para que aquel lugar se preserve como un remanso de paz para los visitantes, que seguro llegarán de la ciudad, pero también de varias partes del país y del mundo a disfrutar de una agradable caminata, a degustar lo mejor de la gastronomía barranquillera en el área que se proyecta para ello, a dar un paseo en el tren, o a practicar actividades deportivas. Asimismo, las actividades de investigación que adelantan universidades y otros centros, que requieren de acompañamiento para garantizar un trabajo seguro.
Que esa labor que ha llamado la atención de la comunidad internacional, porque el Ecoparque Ciénaga de Mallorquín es un ejemplo para “sacar pecho”, en el marco de la construcción de lo que ya se ha acuñado como “biodiverciudad”, sea una oportunidad para aunar esfuerzos, para trabajar en equipo, ciudadanía y autoridades, por salvaguardar el patrimonio natural de Barranquilla con acciones del día a día que parecen pequeñas pero que son indispensables. No se trata solo de no tirar una botella plástica en el lugar, sino también de instalar las canecas suficientes para que haya dónde depositar los residuos.