La sucesión de hechos de las últimos días, en exceso repudiables, ratifican que Colombia se encuentra lejos aún de superar su inacabable escalada violenta. Afrontamos un nuevo tiempo de fuertes turbulencias marcado por una inestabilidad que de a poco supera a la ciudadanía, también al ‘Gobierno del Cambio’. En Cauca, por ejemplo, la Columna Móvil Dagoberto Ramos, de las disidencias de Farc, convirtió al municipio de Toribío en un “centro de entrenamiento de niños reclutados”. Gravísima denuncia de la Defensoría del Pueblo que también advierte sobre amenazas y atentados de los ilegales contra el pueblo indígena Nasa, al que tiene sometido a un férreo control social en sus resguardos donde les impone un insufrible inventario de restricciones que condicionan la vida de miles de personas, casi al extremo de paralizarla.
Al borde de una vía en Antioquia apareció con señales de tortura el cuerpo sin vida de uno de los lugartenientes del extraditado capo de capos del Clan del Golfo, alias Otoniel. El final de la historia criminal de Wilmer Giraldo Quiroz, mejor conocido como ‘Siopas’ corrobora aquella frase lapidaria: ‘El que a hierro mata, a hierro muere’. Máxima expresión de las vendettas por el poder que se han librado históricamente en el corazón de las mafias narcotraficantes, para las que acumular más riqueza o control nunca es suficiente. Retrechero con la oferta de paz total, ‘Siopas’ habría estado montando tolda aparte con el dinero y las armas de su jefe, alias Chiquito Malo, que lo citó para zanjar diferencias. Claramente, un asunto que no podía terminar bien.
Indudablemente, lo más devastador de esta racha de dramáticos acontecimientos llegó como un dejavú desde un campo petrolero en Caquetá. Dos muertos, un civil y un policía, y decenas de uniformados secuestrados, además de abandonados a su suerte por sus mandos, en medio de una movilización social que derivó en una toma violenta, que pudo ser evitable. Es el resultado de un conflicto que se fue enconando durante más de 40 días ante la impotencia de quienes intentaron gestionarlo por la vía del diálogo y recurrentes llamados de Procuraduría y Defensoría para que el Gobierno interviniera. Sin soluciones ni respuesta oficial, los campesinos que denuncian incumplimiento de compromisos sociales y ambientales en la zona cometieron inadmisibles desmanes que evocaron dolorosas escenas de secuestros, confrontaciones o vulneración de derechos humanos, protagonizadas en su momento por el Bloque Sur de las Farc.
Episodios desproporcionados que se creían cosa del pasado. Pues no. Increíblemente, el monopolio de la fuerza, atributo exclusivo del Estado para ejercer control territorial, parece que vuelve a estar en riesgo. En el fondo, queda un sinsabor de quién está al frente del barco. Colombia nunca ha navegado en aguas tranquilas, pero situaciones que estarían escalando, algunas de ellas relacionadas directamente con los factores generadores de violencia, y otras vinculadas con los escándalos de la familia presidencial, señalada de gestionar beneficios a criminales a cambio de sobornos, no ofrecen motivos para mantenerse en cubierta ni a salvo.
En política, las conductas cobardes son imperdonables. El Gobierno hace todo lo posible para desplegarse en los muchos frentes que ha abierto sin apenas marearse, pero las perturbaciones son cada vez más fuertes. Haría bien el mandatario en centrarse en cuestiones claramente prioritarias, como robustecer garantías de seguridad en la ciudadanía. La titularidad de derechos fundamentales no puede seguir al garete. La agenda reformista, ineludible compromiso del cambio que Petro encarna, le resta tiempo, acusa desgaste de sus fuerzas y dificulta que se ocupe –es la impresión que queda- de asuntos clave. Algunos de sus ministros, entre ellos el de Defensa, no le dan la talla. No hay pensamiento estratégico, mando ni control. Por ello, los resultados de suma cero en seguridad y orden público. Petro sobreagua. Tendría que ser consciente que los efectos colaterales de lo que no se atiende ni resuelve a tiempo no se materializan enseguida, sino que producen efectos en distintos escenarios que se van anegando progresivamente hasta que quedan sumergidos por la tormenta en altamar. Así que, ¿para cuándo achicar?