Tres años exactos han pasado desde el día en que Colombia supo que el covid-19 –al menos de manera oficial– había hecho presencia en el país con un primer caso confirmado. Fue el 6 de marzo de 2020, y para entonces aún no se dimensionaba la magnitud de la situación tan complicada que afrontarían autoridades y ciudadanos por cuenta del virus que en 36 meses ha contagiado a más de 6 millones de personas y ha acabado con la vida de 142 mil.

Confinamientos obligatorios que se fueron prorrogando encerraron a las familias en sus hogares por algo más de cinco meses. Vaya que nadie daba por hecho que tamañas decisiones, tan necesarias en su momento por la crisis de salud pública que padecían el mundo y el país, terminarían golpeando con toda su fuerza la economía y castigando a todos los sectores productivos.

Pero lo más terrible de esa etapa inicial de la pandemia fue ver dispararse las cifras de muertes por causa del virus, sin que la capacidad médica y humana pudiera hacer mayor cosa para evitar tantas fatalidades.

Por supuesto que las vidas no pueden recuperarse, pero de toda esta tragedia que hizo padecer el covid-19 vale la pena rescatar las cosas buenas que sucedieron y que evitaron que los números fueron incluso mucho más traumáticos. En ello hay que destacar el incremento de la capacidad instalada para la atención de una pandemia. Solo en Barranquilla las camas de cuidados intensivos aumentaron un 77 por ciento, al pasar de contar con 411 a 728, lo que le permitió, incluso, apoyar a otras ciudades con la atención de sus pacientes críticos.

Pero también la pandemia le impuso al sistema de salud el reto de desarrollar nuevos modelos de atención con enfoques predictivos y epidemiológicos. El trabajo que realizaron los expertos del Instituto Nacional de Salud fue absolutamente valioso para acompañar las decisiones del Gobierno en su momento para trazar estrategias y medidas con base en la información y en los modelos desarrollados por los expertos, y no por razones políticas, como debe hacerse cuando de la salud se trata.

También vale la pena destacar que la solidaridad y el trabajo articulado fueron valores de gran peso para enfrentar los momentos más duros de la crisis. Pese a los tropiezos y obstáculos que pudieron generarse en el desarrollo de una situación desconocida para este tiempo, los colombianos aprendieron a tener autocuidado y responsabilidad acatando las recomendaciones y directrices de las autoridades de salud.

En medio de los picos de contagio el Ministerio de Salud pudo gestionar las vacunas para comenzar a inmunizar a la población. Ese proceso fue clave para comenzar a controlar la pandemia y disminuir los casos. Al principio no fue tarea fácil convencer a los escépticos, que en su mayoría terminaron entendiendo la importancia del biológico para prevenir la propagación del virus.

En el balance que presenta hoy EL HERALDO sobre estos tres años de la pandemia también se expone y se recuerda los efectos en la salud mental por cuenta de los confinamientos, las pérdidas de vidas humanas, económicas y de empleos.

Un factor de gran importancia en la salud que poco se atendía antes del covid-19, pero que gracias al temible virus se puso en el centro de atención y en la discusión por los innegables efectos que se hicieron visibles en buena parte de la población, especialmente estudiantil, escolar y universitaria, que perdió la dinámica del estudio y de la interacción ante la necesidad de aprender y compartir a través de las pantallas de dispositivos electrónicos.

Ahora ya se conoce lo devastadores que pueden ser los virus en todos los aspectos, por ello es importante que el tema de la salud, sobre el cual avanzamos y ganamos mucho terreno, se planifique y observe con especial cuidado y atención para no cometer los mismos errores que en un futuro puedan terminar costando muchas vidas. Colombia ya supo cómo enfrentar una pandemia. Las lecciones están aprendidas.